Fuegos en el agua: nosotros y una mujer

La noche en que Mariana y yo capturamos a una mujer en una alberca

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Trío con dos mujeres

Un trío con dos mujeres en medio de una orgía

El chubasco ya había pasado y la alberca estaba rica. Mariana y yo entramos juntos. Habíamos pasado la mayor parte de la fiesta cada uno por su lado y a mí ya me hacía falta algo más de cercanía con ella. Seguíamos juguetones. Hasta el momento, habíamos acumulado ya suficientes anécdotas felices y, sin embargo, la noche prometía aún ser muy joven.

Estábamos en una de esas raras fiestas en las que ligar no es necesario; todos los invitados éramos a la vez banquete y hambrientos comensales. La alberca era todo un muestrario de frutos disponibles. Por eso, y sin ponernos de acuerdo, optamos por capturar con los brazos a una mujer que ocupa siempre una buena parte de nuestros pensamientos.

Hay personas que son torrenciales por naturaleza. No hay forma de contenerlas del todo, pero si uno se deja envolver por su fuerza es posible experimentar la extática sensación de control que tanto seduce a los surfistas. Con ese conocimiento, Mariana y yo nos zambullimos por completo en esa mujer ola que se imponía con encantadora eminencia sobre el agua. Tres pares de brazos y piernas enredados, y unas manos que se aferraban a los cuerpos, como para no dejarnos caer por completo en el vacío. El remolino obsceno nos atrapó en su delirio mientras intentábamos asirlo entre nuestras caricias. Aprendimos, fuera de nosotros mismos, a respirar bajo su piel de agua amarrándonos cada vez con más fuerza el uno al otro.

Sin importar cuántas veces lo haya visto, la imagen de Mariana besando a otra mujer me enciende como si tuviera catorce años. Despierta en mí desvaríos tan intensos que no faltará quien me tome por frívolo; tal vez, yo mismo me considero frívolo por no haber superado una afición tan manoseada por la tele. Pero vivo para momentos como ese. Sobre todo, cuando el beso no tiene reparo de cordura, cuando junto a los labios van los cuerpos adheridos fuertemente, las figuras de los senos que, al juntarse, crean siluetas fantásticas. Mis manos, invitadas a la fiesta, se deleitaban encontrando similitudes y diferencias entre los cuerpos de ambas. Andaban libres sobre la piel, y cuando encontraban un lugar para apretar, lo hacían tratando de leer, entre gemidos, las reacciones de las dos.

No sé si es posible estar mejor. Mi imaginación pudo intentar buscar entre las personas que en el mundo la pasaran bien, para tratar de hallar alguna que estuviera mejor que yo. No lo hizo porque yo sólo funcionaba en el aquí y el ahora. No había nada que pudiera distraerme del borbotón de emociones en que me dejaba ahogar sin reparos. Bajo el agua cuatro piernas me amarraban y se amarraban entre ellas. Los dedos de Mariana se conducían por el cuerpo de la mujer, como quien se toca en un espejo y reconoce los botones adecuados. Mi cabeza oscilaba entre los besos de una y los de la otra. Ellas también alternaban entre besos y, algunas veces, las tres lenguas se hacían bolas en el orden y simplemente continuaban prolongando la mezcla entre las tres.

Mariana encontró en la orilla el frasco de lubricante y se mojó la mano. Luego, la sumergió en la alberca para encontrar otro torrente entre las piernas de su amiga. Ella exhaló un suspiro de fuego que quiso decir “adelante”. Una hoguera suave ardiendo en el corazón de la alberca. Mi erección entusiasmada no podía creer su suerte, se bañaba en piel sin poder reconocer la fuente de sus placeres. Mi boca mordía con ternura cuellos, labios, espaldas y pezones perseverantes. En su andar errático, era común que se encontrara con otra boca. Entonces, una bebía de la otra y regresaba al camino.

La mano de Mariana se aceleró paulatinamente en el fondo del pozo que se abría para ella bajo el agua, también los hicieron los gemidos de la mujer y las palabras que, con acento de niña fresa pedían más. Alrededor de nosotros había otros grupos jugando juegos parecidos a los nuestros. Los sonidos del deseo se elevaban como el humo de varias fogatas, y en algún punto del cielo se juntaban haciendo eco de la tormenta que ya se había marchado. De haber caído la lluvia al día siguiente, seguramente hubiera hecho sonreír sin saber por qué a los desmañanados transeúntes.

El grito de la mujer se alargó desvaneciéndose en un tono cada vez más agudo. Luego, una pausa y el silencio absoluto. Unos segundos se detuvieron para dejar que las miradas de los tres se encontraran. Tres sonrisas. Tres suspiros. Tres besos más y la mujer se alejó navegando ligera entre los incendios humanos.

Junto a nosotros, una pareja comenzaba a explorar por enésima vez una ruta hacia el orgasmo. Mariana, sin ninguna cautela fue hacia ellos. Se aferró al hombre por la espalda y volvió a sumergir la mano en busca de tesoros submarinos.

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About the Author: Diego el de Mariana

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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