Melrose (Cap d’Agde 2)

Huímos siempre de los lugares concurridos. Siempre escapamos de las conversaciones con extraños. Detestamos el ruido exesivo en los bares y cualquier cosa que suene a protagonismo nos saca ronchas. Afortunadamente tenemos una doble vida, y cuando salimos de vacaciones a practicar las delicias del sexo en grupo, todo eso cambia. Nuestras reglas cotidianas se desmoronan una vez que tomamos un avión, y nadie podría imaginar que la Mariana que corre desnuda de brazos en brazos  es la misma que atiende su negocio, que procura a su madre y que cuida de que su marido no salga de casa sin desayunar. En Cap d’Agde, nuestro lugar más feliz se opone por completo al tipo de sitios que buscamos en México. 
El Melrose es un sitio sólo para parejas y concurrido, muy concurrido. Música de DJ popero para bailar y unas barras con tubos en las que las comensales se disputan la atención de todo el mundo. Las mujeres van vestidas con sus galas más sexies y los hombres tratamos de vernos presentables. Todo alrededor es sexualidad. Aquí, a diferencia de lo que pasa en los bares comunes, no hay dobles intenciones, sólo francas ganas de jugar con los demás. Para llegar de un punto a otro, es necesario tocar mil cuerpos, y esos toques pueden provocar invitaciones. 
Mariana, está cerca de mí. No puede estar más cerca, y mueve el trasero a la altura de mis genitales. Manosearla aquí es fácil. Si la mano viaja por debajo de la blusa y exhibe más de lo que debe es bueno, nunca es un exceso. Si me meto por abajo de la falda, la siento mojada y ella se vuelve para lamerme los labios y seguir el nuevo pasatiempo que ha descubierto. Ahora le gusta coquetear con las chicas que bailan sobre los tubos. Las mira y les sonríe. Juega el juego de la timidez alevosa al que juegan las nínfulas. Ha aprendido que cruzando miradas con ellas se gana de premio el derecho a tocarlas y más de un beso de garganta.
Sobre la barra hay dos mujeres, pero una tiene un bikini gris y ha estado pendiente de los ojos de Mariana. Dos veces ya se ha agachado para besarla. Han sido besos largos dejan obligan a la chica de gris a asumir una posición de cuatro puntos y a exhibir un hermoso trasero. La tercera vez, deside no arrodillarse. Se sienta sobre la barra, con la piernas abiertas y abraza a mi mujer. La atrae hacia sí, y el beso ya no se detiene. Es largo, muy largo. Las manos de Mariana van sin temor alguno por todo el cuerpo de la chica de gris. Como si la conociera de toda la vida. Se acarician, se llenan de besos y Mariana quita la poca ropa que cubre el cuerpo de su nueva conquista. La masturba, luego baja con la boca y a hace venir. La gente no sabe si ver a las que bailan o las que se llenan de saliva frente a todos los que abarrotan un sitio donde caben veinte en un metro cuadrado. La chica de gris devuelve el favor, ahora es Mariana la que recargada contra la barra abre las piernas y encuentra motivos para recordar que antes de salir olvidó ponerse pantaletas. Cuando terminan, la chica de gris se levanta, besa a Mariana y le dice al oído en francés algo que suena como “Tu marido ha de creer que estoy loca”

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About the Author: Diego V

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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