Reencarnaciones promiscuas

Relatos de nuestra vida swinger

Aventuras de playroom

Algo hicimos bien en otra vida. Me preguntaba la noche del sábado si yo fui alguna de las enfermeras que salvaban niños de los incendios durante los bombardeos de la segunda guerra mundial o si tuve alguna participación activa en el descubrimiento de la vacuna contra la polio o si inventé el papel o ¿qué diablos hice bien? Porque, la verdad es que, al menos en los últimos treinta y siete años, que es lo que ha corrido desde mi más reciente nacimiento, he sido un tipo muy poco premiable. Casi nunca soy caritativo, digo imprudencias constantemente, todavía, como Sabina, me emborracho, no fumo (pero eso no es por virtuoso sino por asmático) y tampoco llamo por teléfono a mis abuelitos. Sin embargo, el karma me quiere y yo estaba acostado boca arriba y desnudo, obseso por averiguar qué hice para merecer una sesión de cuarto oscuro swinger como la que me estaba ocurriendo.

La cama que nos tocó en el playroom era, comparada con la mesa que teníamos, bastante pequeña. Pero en esos casos, aquello era más ventaja que otra cosa. Mariana se entretenía masturbando hombres y yo me dejaba llevar por las manos de mujeres que entre, acrobáticos juegos de lenguas, me conducían por placeres versátiles y casi oníricos. Éramos varios. Todos amigos, o amigos de amigos que convergimos en el club después de dos semanas de planeación. Llevaríamos, originalmente, a una pareja novata a conocer un bar swinger del que habían oído mucho. Para hacerlos sentir más bienvenidos, invitamos a otros que ellos ya conocían y a otros más que podían serles atractivos. Los otros invitaron a otros más y los primeros a unos segundos y luego, nosotros a otros y luego ya me hice bolas, pero el caso es que los novatos cancelaron y quedó armado un grupo de Whatsapp con 11 personas que habían ya cumplido varias horas de vuelo libertino, más un adenda del que no vale la pena decir más.
Así las cosas. Ocupamos una mesa en el rincón y no tardamos en convertirla en una preorgía muy creativa. Una pareja entre el corro era la única desconocida para nosotros, pero como E me encargó que los tratáramos como si fueran ellos, me apresuré a besar a esa chica cuya belleza y suavidad me hizo pensar en un producto de Tim Burton pero luminoso. E la llama muñequita de cianuro y puedo entender por qué. De beso en beso fui perdiendo la conciencia y descubrí que mis manos cobraban vida propia y que el resto de mi cuerpo era el campo de batalla donde otras manos también cobraban vida propia. Entre sus labios, caí en un trance que me llevó a otras bocas, a otras lenguas y a otros rostros. De una orilla a otra fui encallando e izando velas nuevamente, para volver a encallar, siempre entre sirenas. Miré de reojo para ver como estaba mi mujer, y reafirmé mi teoría de que tiene en la boca un detector de penes. Todo en órden pues. No creí, tampoco, que a la pareja de la mesa de a lado le molestara que usara una de sus sillas para hacerle sexo oral a A quien, para ese momento, ya había dejado lejos de sí toda la ropa.
Abrí los ojos cuando alguien me dijo que fuéramos de playroom y todos fuimos en excursión a hacernos del pequeño colchón más próximo. Cuerpos, rostros, senos y los gemidos de Mariana que me llegaban desde lejos (no más de un metro). Siluetas, saliva, traseros y algún fruto para comer siempre a la mano. Caricias, más caricias, lengua y manos que aprenden a tocar las melodías que se extraen de una mujer exitada. Miro a mi alrededor y pienso: No puede ser que tenga tantos, tan buenos amigos, no puede ser tampoco que tenga tan buen sexo con tantas mujeres hermosas. No puede ser que en mí, haya espacio para tantas impúdicas lamidas, y tampoco que al final de todo esto haya espacio entre los muslos de Mariana para que hagamos a dueto el aria final de nuestra noche. Desarrollé entonces una hipótesis: aquellos que, cuando niños, ayudaban ancianos a cruzar la calle y de adultos fabricaban juguetes multicolores de madera certificada que nunca colaboró en la deforestación del amazonas, tienen, por estatuto cósmico, derecho a reencarnar en el cuerpo de un swinger.


Foto: ?, vía: Sicalipsis

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About the Author: Diego V

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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