Peluca y realidad

Del mundo de los fetiches y parafilias creo que la transformación es lo que más me gusta. Sin embargo he descubierto últimamente que no es que Mariana me guste más cuando se disfraza. Cierto es que la variedad no le viene mal a ninguna pareja estable, pero sucede un fenómeno de lo más delicioso. Cada vez que Mariana se pone una peluca se convierte en ella misma, es más ella de lo que acostumbra. Es delicioso.

Se encierra lejos de mí para iniciar a jugar al teatro de lo erótico,.Se arregla, se maquilla, se pasa un rato encerrada en un ritual personal y silencioso. Se dedica a la construcción vivencial de la amante con la que me regalará esta noche. Culmina su ceremonia con el acto profano de elegir una peluca. (Tenemos pocas, hemos comprado pocas, pero Mariana las cuida como quien atiende a sus gatos) luego, se la coloca y viene a mí. El liguero a la vista, la falda sutil, los tacones, todo eso es accesorio. Divino ornamento pero accesorio al fin y al cabo. La peluca, en cambio, es el elemento dramático central, el objeto de la peripecia.

La convención inicia en ese momento, si ella se ha arreglado con un cabello de ficción yo sé que esa noche el contacto será más real que nunca, más intenso, más humano. Ella me asegura que no es Mariana, que es una putilla cualquiera que espera dinero, que le suba la calificación, o engañar a su marido. Cambia su acento, usa un lenguaje diferente al que suele llevar a la cama. La paradoja está ahí, en que yo sé que el velo que le cubre la cabeza la desnuda de todo obstáculo. La deja descubierta y entregada, la hace mi mujer.

En esas ocasiones hay de todo. Mariana se masturba para mi o me hace sexo oral con el trasero elevado. Se deja comer el culo y el coño, me mete mano. En esas ocasiones Mariana lame y se da a los lamidos…latidos…ladridos. Se viene y se regresa para venirse otra vez a mi corazón. Cuando Mariana trae al cuarto una peluca no es mi fantasía lo que se cumple. Es su realidad.

Fotografía: www.nenablue.com

Vía: Sugarcut