La Maupin: Ópera, besos y espadas
- Histórica libertina
- Cantante y aventurera
- Sexo, espadas y tabernas
Julie d’Aubigny se había aburrido del maestro de esgrima con el que recorría Francia haciendo exhibiciones, y se fue a enamorar de una chavita bien que no la vio con malos ojos. Como era de esperarse, a los padres de la muchacha, el amorío no les hizo nada de gracia y encerraron a su retoño en un convento. Julie no perdió el tiempo. Se disfrazó de novicia y se coló en el noviciado. Desenterró el cadáver de una monja que acomodó en la cama de su novia para despistar al enemigo e incendió el edificio, escapando las dos entre la confusión y las llamas.
El tórrido romance no duró más de tres meses. Aubigny, también conocida como Madame Maupin se fastidió también de este amasiato y mandó a la muchachita de regreso con sus padres. De tal madera estaba hecha esta mujer del siglo XVII capaz de hacer sonrojar a muchas mentes progresistas del XXI.
El apellido de Maupin lo obtuvo de su esposo, un noble con quien el Duque de Armagnac la casara a los dieciséis años. Su motivación era, sin duda, cubrir un poco las apariencias sobre la relación que él mismo mantenía con la joven Aubigny. Al marido lo asignaron a algún cargo en Toulouse y Julie se quedó dándole vuelo a la hilacha en París.
¿Pero por qué quedarse en la Ciudad Luz cuando se puede ser prófuga de la justicia? Un muchacho esgrimista y amante suyo se vio involucrado en un asesinato en duelo ilegal y la fugaz pareja huyó hacia Marsella. Dado el puesto de su padre, secretario del propio Armagnac, la Maupin había sido criada y entrenada junto a los escuderos de Luis XIV. Por tal motivo, era diestra en la esgrima, en las trompadas y en otras artes menos beligerantes pero seductoras.
Los dos fugitivos avanzaban dando, por el camino espectáculos de espadas y cantando en las tabernas. Era tan buena en los lances que una vez un tipo gritó que ella no era mujer sino un hombre disfrazado de mujer que se disfrazaba de hombre y la acusó de timo. Ella, sin ningún recato, se abrió la camisa y mostró los senos para que el público juzgara con confianza. Y entre aventuras de ese tenor, continuó por el camino hasta que, en Marsella, se convirtiera en cantante de Ópera y se hiciera popular.
Sobra decir que amasiato con Sérannes, el compañero de espadas y juergas al que no volveremos a mencionar, acabó pronto, y que durante su temporada en el show business se dio el lujo de follar o batirse en duelo con quien se le cruzara enfrente. En el caso de las mujeres, sólo follar. Hasta que ocurrió el incidente de la novicia fugitiva y una condena de pena de muerte cayó sobre la Maupin. Regresar a Paris era preciso.
En el camino de vuelta, volvió a cantar en tabernas y nuevamente se encontró en la necesidad de atravesar con el florete el hombro de un impertinente caballero. Días más tarde, el convaleciente mandó a sus amigos a disculparse con ella. Julie d’Aubigny acudió a sus habitaciones y se encargó de cuidarlo. Una vez recuperado lo suficiente, se hicieron amigos, de ese tipo de amigos que perduran para toda la vida, pero que también tienen sexo en etapas tempranas de la relación.
En París, pidió a su poderoso amigo Armagnac que intercediera por ella frente al rey. Su vida fue perdonada y se le autorizó cantar en la compañía de la Ópera de París, hasta que en cierto ampuloso baile, tres muchachos cortejaban sin éxito a una joven marquesa. La Maupin les ganó el mandado y logró, vestida de varón, besarla a la vista de todo el mundo, lo cual indignó sobremanera a los fracasados pretendientes. Duelos. Sangre. Gritos y tres maltrechos caballeros que pidieron llorosos la cabeza de la cantante. Dice el rumor que esta vez fue el propio rey el que intervino, supongo que entretenido por el carácter indómito de Julie. Luis XIV alegó que los hombres tenían prohibido batirse en duelo en París, pero que la ley nada decía sobre las mujeres.
De todas formas, tuvo que viajar a Bruselas hasta que las cosas se calmaran. Pero ahí se topó ni más ni menos que con el Duque Elector de Baviera, Maximiliano II Emanuel, quien gobernaba lo que hoy se llama Bélgica. Sí, tuvieron un romance. Uno vehemente, sin duda. De hecho, Max se dio el lujo de cambiarla varias veces por otras figuras del espectáculo hasta que en una de esos ires y venires, mejor optó por pagarle una considerable cantidad de dinero a manera de pensión y la cantante volvió al camino.
La vida de Julie d’Aubigny fue intensa pero breve. Algunas crónicas dicen que vivió treinta y tres años, y otras, treinta y siete. Intensa, amorosa, justiciera y libre son características poco comunes en la vida real, especialmente en una época en la que el mundo era, aún más, un lugar para hombres.
Más información sobre Julie d’Aubigny aquí:
https://kellygardiner.com/fiction/books/goddess/the-real-life-of-julie-daubigny/
https://www.rejectedprincesses.com/princesses/julie-daubigny
