Cuatro en ruta. Sexo grupal y un automóvil

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Sexo grupal y un automóvil

Historia de una orgía motorizada

Dos parejas swinger salen cenar. ¿Dónde podrá terminar esto?

Nos dejaron quedarnos en el restaurante mucho tiempo después de la hora de cerrar. Fue, en buena medida, porque DT es un cliente muy regular, pero más bien, porque es un tipo encantador de ésos que son doctores en salirse con la suya. Así que para cuando nos trepamos en la camioneta, la Ciudad de México estaba casi dormida. Nueve kilómetros a esa hora deberían hacerse en nueve minutos, diez, tal vez. Pero no fue así; la inocente caricia que le hice a la Zapatera Prodigiosa en el cuello encendió un engranaje erótico que no fue fácil detener. Así son las cosas que uno recordará al morir. Ocurren simplemente, sin protocolo ni planeación. No eran y, de pronto, no pueden dejar de ser.

Ellos dos venían al frente: DT manejaba y la Zapatera Prodigiosa en el asiento del copiloto. Mariana y yo, atrás como los buenos invitados que éramos. Dejamos nuestro auto en su casa, así que nos llevarían por él antes de que ambas parejas nos despidiéramos con un casto beso en la boca y, entonces sí, los cuatro a dormir. ¿Qué podía haber de alevoso, a esa hora, si yo pasaba la yema de un dedo vagabundo por debajo de una nuca sedienta? Nada, hasta que Mariana me dijo que lo estaba haciendo mal, y me acompañó en la tarea de seguir despertando los folículos de la piel de una mujer que no tenía la mínima intención de poner resistencia.

Desde el asiento trasero nos aventuramos por debajo de su blusa, luego, tal vez, por debajo del bra que comenzaba a estorbar. Algún ademán de embeleso habrá hecho nuestra víctima voluntaria, porque DT detuvo el auto antes de llegar al Periférico y le pidió a su esposa que se pasara para atrás con nosotros. No lo pensamos, pero nos relamimos los bigotes y esperamos que se sentara en medio de nosotros. Algunas camionetas de lujo están equipadas con persianas traslúcidas para evitar el sol. Las bajamos para protegernos de las ocasionales miradas de algún camionero trasnochado. DT ajustó el espejo retrovisor para asegurar su asiento de primera fila y tres bocas inquietas inauguraron los juegos del hambre.

Sexo en el auto. ¿Te acuerdas de la última vez que lo hiciste?

La Zapatera alternaba entre los labios de Mariana y los míos. Yo también alternaba mi rol. Unas veces me tocaba besarla y librarla de la ropa, y otras, disfrutar el calor que emana del incendio empapado que producen dos lenguas de mujer cuando se encuentran. Hay cuerpos femeninos que no conocen retenes ni garitas. Hay caminos que las manos exploran como quien cruza la ciudad sin semáforos en rojo. Brazos, piernas, dientes y labios son un trébol vial continuo, un juego de luces nocturnas colándose por las ventanas y encendiendo los ojos de las dos mujeres encendidas. Y una de ellas, sin reservas, no para de venirse. Una tormenta tropical entre mis dedos, un monzón entre las manos de Mariana. Más y más orgasmos. Más marejadas estruendosas.

Cuando levanté la Mirada, cruzábamos Chapultepec. Alguna broma hicimos al respecto y volvimos, sin recato, al negocio de producir en serie orgasmos. Había muchos y comenzaban a saturar la camioneta. Tal vez, si hubiéramos estado poniendo atención, los hubiéramos visto desbordarse desde el segundo piso del Periférico. Pero no los vimos, sólo los escuchábamos estallar en las ventanas, en el techo, en las puertas y en los cuerpos nocturnos y enredados. Los intuíamos reventándose en el espejo retrovisor que reflejaba la mirada hechizada de un conductor inmutable a sesenta kilómetros por hora.

De complicidades, travesura y recuerdos eróticos.

Claro que no era hora de comprar plantas en Cuemanco. Tampoco es que hubiéramos estado interesados en ese tipo de flores, pero fue ahí fue cuando Mariana desnuda decidiera que era tiempo de brincar para adelante y compensar al piloto que comenzaba a emprender el camino de vuelta. Entre los dos asientos delanteros hay un descansabrazos bastante voluminoso. Cualquier día normal, la estructura esa habría estorbado los empeños. Pero no era un día normal, Mariana se arrodilló sobre el asiento, recargó el estómago en el tal descansabrazos y metió la cabeza entre el volante y el conductor. Adelante no hay persianas. Los papeles atrás se intercambiaron y yo, que antes devoraba sin tregua a la Zapatera Prodigiosa, ahora me dejaba comer entre gemidos espirales. La vista que tenía del camino era la espalda y la curva de las nalgas de mi esposa que apuntaba, ya sin empacho alguno, a quien pasara, nocheriego, junto a nosotros.

Hay algo que me parece delirante en la forma en que cae sobre la piel la luz de la ciudad durante la noche. Hay mucho de sensual en el trasero expuesto de Mariana. Hay una locura que me cubre sin reservas cuando la imagino bordeando una erección con los labios y la lengua. Hay una experiencia enajenante en los sonidos acuosos de dos mujeres haciendo sexo oral. Hay una ilusión inefable en tocar los rincones de una piel volcada en dar placer a quien la toca. Hay un orgullo infantil, un logro desbloqueado, un estar en otra galaxia cuando cuatro adultos se comportan como adolescentes y se vuelven locos imprudentes en una noche de viernes mientras otros matrimonios se contentan con cenar sincronizadas.

Fotografía: Neville Peter Cook

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About the Author: Diego el de Mariana

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

1 Comment

  1. super historia me hizo recordar viejos tiempos. aquellos que la mente los graba como si estuviera en HD en primera fila. gracias por compartir tan explosivas historias

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