Me mira y la miro

Normalmente yo llego a casa mucho más  temprano que ella. Pero ahora tuve que quedarme en la oficina hasta muy entrada la noche  y a hacer nada. Sólo se trataba de esperar solo a me llegara un algo, una de esas cosas que quién sabe por qué tienen que llegar muy tarde y quién sabe por qué más, tienen que ser esperadas. Le pedí a Mariana que me hiciera compañía en el teléfono, pero a ella se le ocurrió mejor idea salir a buscarme una sorpresa.

Llegó el momento en la noche aburrida en la que llegó a mi messanger una invitación de alguien que no conocía. Se llamaba Valerie y me escribía en un tono más bien atrevido. Me pidió chatear por webcam y dije que sí. Vaya, que no hace falta justificarme, pero si he de hacerlo, basta con decir que el hastío era el único compañero que tenía conmigo en ese momento. Además, debe saber el lector, que Valerie se llama también un personaje de Houellebecq que me encanta.

En casa no tenemos webcam, o no teníamos. Asumí que Mariana había salido a comprarla cuando apareció en vestido blanco y transparentoso protegida por la identidad de quien iba a ser mi amante cibernética. Nos coqueteamos y me pidió enseñarle. No había nadie en el piso, pero igual me sentía muy expuesto.  Si tú me enseñas, yo te enseño. Valerié cayó ante lo infantil del juego. Nos enseñamos, nos tocamos. La ropa se fue perdiendo, y perdiendo también se fue poco a poco el miedo de que alguien me descubriera.

Vi su sexo abierto al momento de terminar. Eyaculé sobre mi mano. Cuando llegué a casa, Mariana preguntó que qué tal me había ido. Le dije que aburrido. Ella me platicó que había comprado una webcam, y que la había estrenado con un negro parisino, que por casualidad hablaba español. Cínica.

Me calenté otra vez con esa idea.

Imagen: Ishotmyself.com