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No todo en la vida es el mundo liberal
Hace ya varios años que no nos parábamos por un teatro y, en menos de un par de meses, quiso el destino que, por rutas diferentes fuéramos invitados a ver las dos puestas en escena que, simultáneamente, tiene en cartelera Salvador Garcini. Un poco son variaciones sobre el mismo tema, algo así como la obra de teatro y su versión para audiencias maduras. La primera, presentada en un foro independiente de la Colonia Condesa, se trata de un monólogo que narra las vivencias de una actriz de teatro, mientras que la segunda, presentada en otro foro independiente de la Colonia Condesa, se trata de un monólogo que narra las vivencias de una actriz porno que, en realidad, quería ser actriz de teatro.
Como este blog habla de actividades para adultos, me había parecido oportuno hacer una reseña de la segunda y más impúdica, recomendando una alternativa sexosa y cultural. Pero, a diferencia de Una actriz sin permiso, la hermana adecuada para horario familiar que nos divirtió muchísimo, La exhibicionista, no nos gustó nada. Así que no la puedo recomendar a menos que alguien quiera pasar dos horas de su vida esperando sentado el feliz momento en el que la atractiva protagonista, finalmente, hace un desnudo total encaramada artísticamente sobre una silla. Pero entonces… ¿de qué hablar en este espacio que había yo, cautelosamente, reservado con tal fin?
El fenómeno Arjona
Al salir del teatro, Mariana se pregunta si el público disfrutó la obra, y de ser así, ¿por qué? No estoy seguro, pero mi hipótesis dice que sí. Lo llamo sarcásticamente: El fenómeno Arjona. Tiene que ver con un acto de ilusionismo, con un engaño descarado en el que el artífice disfraza de transgresión los lugares más comunes. Dice lo que el grueso de la población piensa al tiempo que pronuncia en estertores las palabras “verga” y “tetas”. Ahí es donde cae el incauto espectador, quien atribuye las procaces vociferaciones a un espíritu rebelde y liberado, para posteriormente, acordar con lo fundamental del discurso (que dista mucho de la subversión). Por lo tanto, si el artista, que es temerario y altisonante y piensa lo mismo que yo, luego yo también soy temerario. Mis pensamientos son también innovadores, mis ideas valientes, lo que he afirmado siempre es verdadero y contundente, y el artista, un genio progresista tan sabio como yo mismo y quienes piensan como nosotros. Aplausos para el creador indómito que se atreve a decir la verdad. ¿Pero realmente se trata de la verdad?
Difícilmente, porque los clichés, aunque algo tengan de certero, evitan contemplar lo complejo de la realidad. Hablan en blanco y negro. Proponen como alternativa lo insulso de la superficie y, puesto que son sencillos de entender, se afianzan cada vez más en el ramplón imaginario colectivo. Cuando estas obviedades se visten de cultura pop, nada hay de peligroso. El mensaje es simple, y sus pretensiones también. ¿Qué buscan? Nada relevante, vender y repetir ad infinitum que el amor es muy bello ouoooo y que los villanos son muy malvados ñaca ñaca. Fin del mensaje, fin de su efecto.
Sin embargo, cuando se visten con cuello de tortuga o gorras de tweed, se refugian en los centros culturales, se autodenominan pueblo, fingen apuñalarse los genitales, rayan los monumentos con aerosol lavable, o hacen como que escandalizan mostrando el culo a la azorada audiencia, esos mismos discursos frívolos pasan, con frecuencia, por elaborados. Validan lo simple de las mentes simples, pero con la grandilocuencia de la arrogancia. Y eso sí me parece, al menos, para preocuparse.
El hilo negro y la moral tradicional
La exhibicionista, plantea la dicotomía de la inocencia contra la corrupción. De un lado de la inecuación quedan la niñez, el amor, la generosidad, el perdón y todas esas virtudes que las monjas y los canales de Televisa, nos enseñaron a cultivar. La falta de conocimiento como valor cardinal. Del otro lado, la corrupción del alma, el rencor, las drogas, el sexo sin amor, la vida sin Dios, y la destrucción de la familia. Jinetes del apocalipsis moral que aterran lo mismo a panistas de abolengo que a cuatroteros convencidos. En ese desfile alegórico, el teatro representa la luz de la bondad. Y la pornografía, las malvadas tinieblas de la perdición. Y así la historia transcurre en una sola clave de estridente monotonía para mostrarnos que si mostramos nuestro cuerpo es muy feo, pero si nos desnudamos cuerpo y alma en un escenario teatral, somos, entonces libres.
“O sea, sí. Coger y encuerarse está bien, pero dentro del marco de lo socialmente aceptable. Sin toda esa carroña del placer por el placer o de la libertad de cada individuo para elegir la forma de vida que más le acomode. Discursos de los progres malolientes.”
Esa es la trampa. Qué cuando se acepta lo elemental (coger y encuerarse está bien) parece que se hubiera revelado el secreto del hilo negro, entonces el mensaje continuista se hace pasar por revelación, afianzándose cada vez más. Porque cuando la cultura ocupa el espacio de la contracultura, la sociedad pierde su capacidad para moverse y se queda entonces estancada.
Y todo esto me pone a pensar: ¿Qué tanto del fenómeno Arjona se alimenta y crece diariamente, ya no en el mundo de la cultura, un ambiente que dejó de importarme hace mucho tiempo, sino en el nuestro, en el mundo que nos tiene a todos reunidos en este jardín?
LA EXHIBICIONISTA: La historia de una actriz porno
se presenta en Foro Shakespeare
lunes y miércoles a las 20:00 h
hasta el 22 de junio del 2022
Dirige: Salvador Garcini
Actúa: Gabriela Rosero
