Cuentos eróticos del mundo swinger–
–Vamos, para arriba.
–Pues vamos.
No es que la plática previa estuviera mal, pero claramente la conversación no iba a ser el highlight de la noche. DT tiene, digamos, alguna reputación por su buen tamaño y Mariana había pasado la tarde relamiéndose los bigotes. A mí, por otro lado, me hacía ilusión el recuerdo de una piel que descubrí hacía un par de meses en traviesa sesión en el piso no sé qué cosa de un hotel de lujo en Santa Fe. Supongo que ellos alguna expectativa tendrían también, porque la invitación venía con la expresa petición: No traigan nada, sólo sus juguetes eléctricos. Por eso, cuando subimos las escaleras, la bolsa de mi mujer pesaba dos Hitachis y medio más de lo normal. Esta será una de esas historias en las que el final no sorprende a nadie. Habíamos ido para follar con ellos y eso fue lo que ocurrió. Todo apuntaba a que el sexo sería extraordinario, y así fue. Lo que vengo a platicarles es, exactamente, lo que se espera en circunstancias parecidas.
La recámara que dispusieron como cuarto de juegos pudo haber salido en una revista. Paredes de concreto expuesto, piso de madera oscura, iluminación estudiada y un murete dorado en la cabecera que, claramente, fue colocado ahí por alguien que sabía lo que hacía. DT puso una playlist sexosa y la Zapatera Prodigiosa interceptó a Mariana. Relajación absoluta. Todo era suave menos algo que se hacía cada vez más evidente entre mis piernas al tiempo que las manos de Mariana y de la Zapatera Prodigiosa empezaron a hablarse de tú. Me acosté en la cama prevenido para el espectáculo que anticipaba. DT encontró sitio en un sillón frente a las dos mujeres.
Hay tanto de inefable en el contacto de dos lenguas femeninas. Quien lo mira siente que todo lo que ha hecho en la vida estaba encaminado a ese momento. No me pregunten por qué. Debe tener que ver con alguna pulsión evolutiva, con algún instinto básico. La diferencia entre sobrevivir o no, para nuestros pre-homínidos antepasados seguramente se relacionó, de alguna forma no explicada, con ese beso entre mujeres que desarma por completo las defensas de cualquier observador. Frente a ese vaporoso intercambio nada malo puede ocurrir.
Los vestidos tocaron el piso y cualquier evento del mundo dejó de ser importante. Los labios dieron paso a más abrazos, a más caricias, a otros besos en sitios más aventurados y de pronto, como en coreografía ensayada, los ardores vencieron a la Zapatera Prodigiosa que se desmoronó sobre la cama, exacta y venturosamente, junto mí. En ese momento, me convertí en planta carnívora y cerré los dos brazos sobre ella a la altura del pecho. Sentí la terminante redondez de sus senos, su arrobo de placer, su respiración humedecida por la boca entreabierta, su hambre sonámbula. Consideré que era un buen momento para desvestirme, entonces. Así, la cama, paulatinamente, se hizo primero un nudo de pieles y después un río. Algunas mujeres son películas en ruso pero con subtítulos. Meter las manos en ellas es un juego sucesivo de retos intelectuales cuyas respuestas llegan solas. Suficiente tiempo aquí y un orgasmo escurre sobre las manos como un premio. Suficiente lamer de un modo en particular y otro estalla. Suficiente presión y cae del cielo otro más.
Mariana estaba cerca de mí descubriendo la resistencia de su propio cuerpo. Tal vez un poco más de sexo y alguien hubiera escrito una novela sobre la capacidad de resistencia humana. Pero no veníamos sólo a coger, ¿recuerdan? Juguetes. Nos habían pedido juguetes y éstos estaban sobre la cama y dispuestos. Los gritos de Mariana y los de la Zapatera Prodigiosa, se elevan en contrapunto. Los primeros son largos y retóricos, los otros son breves y articulados. Dos hombres, cuando producen tal canon, saben que tienen motivo de satisfacción. Caemos en una especie de coma postcoital. Llenos de sudor, de lubricante, de líquidos versátiles. La cama nos guarda a los cuatro, cada quien acurrucado en su cada cual y de pronto…
Entre la maleza de almohadas la mano imprudente de DT surge y entra en los muslos de Mariana. Ella está empapada y deja salir un jadeo amodorrado. El ruido llama a la mano de la Zapatera Prodigiosa, y en cinco minutos extirpan entre las dos el orgasmo número ene que estaba atorado en algún lugar del clítoris. Para Mariana no hay un clímax sin otro clímax y el ritual de hacía un par de horas vuelve a empezar. Me salgo de mi cuerpo y nos miro a los cuatro en un chapoteadero de gemidos, me excito de verme penetrando la figura idílica de la Zapatera y de verla besar la boca ya hinchada de mi esposa. Una orgía es un candado de combinación y entre tanta prueba, ninguna parecía poder desbloquearnos el botón de apagado. La cadena de favores seguía entre lenguas, dedos, genitales enciclados en batallas eternas. Un prolongado follar que escapaba a los límites del tiempo.