Crónicas de nuestra vida swinger-
Mariana y yo, además, habiendo sido muy diligentes en eso de ligar durante este año, ofrecimos a los constantes cófrades a tres parejas nuevas de muy alto valor alimenticio, si el lector sabe a qué me refiero. ¿Podrían ser candidatos a miembros estables de la Cofradía? Claro que podrían. Claro que pueden, claro que la pasaron bien igual que todos los demás. Pero este relato no se trata de eso sino de cómo cada quien, en un grupo cualquiera, se hace con algún sello distintivo, algún (llamémoslo así) súperpoder. Aparentemente, sí yo fuera un superhéroe, me tendría que llamar Vibrator (Prefiero si el lector ocupa la fonética castellana y evita pronunciar mi apelativo, en inglés, ya que le quita lo rotundo y energético). Al menos, ese parece ser el consenso entre mis amigos, quienes han determinado que mi aportación a nuestro corro es la de manipular con algún oficio el célebre Hitachi de Mariana. Afortunadamente, ya tiene dos, porque si no, la dejábamos sin su complemento favorito de juegos bacanales.
Concluí que mi rol social, consiste en producir orgasmos seriados mediante el uso de tal tecnología porque, en el transcurso de la noche al menos ochenta por ciento de las asistentes demandaron de mí la aplicación del Tratamiento Magic Wand. Tal será mi raison d’etre y la asumiré con devoción y disciplina. La primera misión que me fue encomendada esa noche fue una de las chicas nuevas, una mujer alta y de linda figura quien, según escuché, tenía muy poco kilometraje en el ambiente. La asamblea consideró que una estrategia eficaz para introducir a la inocente novicia a los rituales de la Cofradía, era pedirle que se tendiera sobre la espalda, abriera las piernas y dejara a Diego la operación. Ni ella ni el marido pusieron resistencia. Él se puso detrás de ella para acariciar sus senos y besarle el cuello entre tanto.
La dispuesta clienta pudo haber escuchado diez veces, de cinco voces diferentes la frase “Tú tranquila y sólo relájate”. Después de eso, me sigue pareciendo un misterio cómo logró mantenerse relajada. Pero lo hizo, y lo hizo muy bien. Tuvimos una sesión larguísima de orgasmos que parecían apilarse uno sobre otro. En su prodigiosa anatomía, el juguete logró hacer magias que yo, hace años, no veía. Entre las complexiones femeninas que fueron virtuosamente diseñadas para estimular el ego de quien las procura, ésta, tiene un lugar de honor. Cuando terminamos, temí que ella no pudiera mantenerse en pie y que la fiesta hubiera ya terminado. Mis temores lo único que confirmaron fue mi espíritu hiperbólico. Ella no quedó impedida para caminar, y a nuestra orgía le quedaban aún muchas horas.
A partir de ese momento, ni siquiera cambié mi ubicación. Me armé con toallas desinfectantes y condones para esperar que, una a una, las mujeres pasaran por mi puesto de mercado. Dudaba poder mantener encendida la llama de las clientas más experimentadas. Después de todo, el truquito ese de masturbar mujeres es un viejo conocido entre las viejas conocidas del palacio Medici. Afortunadamente, los Condes, siempre tan viajeros y siempre tan pendientes a nuestra educación sexual, nos proveyeron, hace poco, de un adminiculo parecido al Hitachi, considerablemente más pequeño y groseramente más potente. Se llama Fairy Black Exceed y es un verdadero delincuente. Gracias a éste. Todos y todas, fuimos felices; no es que el famoso japonés le quede chico a nadie, pero la novedad es siembre bienvenida.
Al terminar el día. Levanté mi puesto y fui a la mesa a comer algo. La mesa estaba pletórica de viandas y de orgiantes con síndrome de monchis. Mi mano temblaba todavía.