Juguetes y orgías
Regresamos del desayuno. Eliud Kipchoge terminó en primer lugar el maratón en dos horas, ocho minutos, y cuarenta y cuatro segundos. No paramos de hablar de esos porque nuestros invitados tienen mucho de Sport Billy e hinchaban por el nigeriano desde las siete de la mañana. Tomamos el café en el comedor, a unos cuantos centímetros de la recamara de visitas. Entre olimpiadas y sexo, (siempre hablamos de sexo) nos da por sacar la maleta de los dildos para enseñarle sus tesoros o a los huéspedes. Es curioso cómo la gente no hace eso con más frecuencia. La gente muestra, por ejemplo, su colección de relojes, sus libros, la vajilla de la bisabuela o sus bonsai, pero la mayor parte de las personas no presume sus sex toys. Nosotros sí. No a todos los que vienen a nuestra casa, pero sí a muchos de nuestros amigos. A los no civiles, al menos.
En el fondo de la maleta, hay un bártulo que nunca usamos. Mariana desconfía de él porque la textura vulcanizada la hace pensar en una fricción nada agradable. Pero igual se trata de un objeto interesante; una cruza entre consolador y baunmanometro. Incluye en un extremo un desinflado pene de caucho color negro brillante, como el de una cámara de llanta. Éste se conecta a una manguera con vocación de instrumental médico que desemboca, en el otro extremo, a una perilla para inflar con una válvula que al girarse mantiene el aire en el interior del falo o lo desinfla según sea el caso.
Hacemos una prueba piloto. Mariana se mete el juguete a la boca y yo lo inflo poco a poco para medir la capacidad bucal de mi esposa. Aplaudimos y nos emocionamos. Luego lo intenta la Signora Medici. También lo resiste completamente hinchado. Erecto, podríamos decir. La dimensión es poco natural y muy tentadora. Parece una negra berenjena y nuestra visitante, emocionada por el juego y por los resultado deportivos de la mañana decide bautizar al cachivache. Se llama, a partir de ahora, Eliud. Eliud es una estrella. Obviamente, ahora todas quieren jugar con él.
Mi mujer y los invitados se deshacen de la ropa como quien se pone la servilleta sobre las piernas para comer. La Signora está tendida sobre su espalda con las piernas abiertas esperando, con quirúrgica paciencia, a que yo termine de preparar el instrumental, es decir a ponerle un condón a Eliud y a cubrirlo de lubricante . Le pido a Mariana que prepare emocionalmente a la paciente. La acaricia un tanto y, también a ella le aplica una cantidad considerable de gel. La Signora se ríe. Dice que es la misma marca que usa su ginecólogo. Ahora estoy listo para acercarme. Primero, un dedo. Luego, dos buscando sensibilidades internas. Botones nómadas que abren o cierran compuertas al placer. Me atrevo.
Eliud entra, desgarbado aún, pero mi mano izquierda está lista para inflarlo. Mariana juega a jugar con il Signore quien acerca su miembro a la boca de su esposa. No más gemidos. Al menos no audibles, hay que ir adivinando el camino entre reacciones más sutiles. Si la piel se eriza o no. Si algún músculo se contrae. Si succiona con mayor o menor velocidad. Si los dedos de sus pies se hacen caracolitos. Parece que es mejor idea quitar el preservativo. El juguete alcanza grandes profundidades y el aro del condón lastima mientras entra y sale. Lo probamos de esa forma. Los gestos de la paciente ya no son tan sutiles. Sin la molestia del anillo de látex. Con Eliud inflado a tope. Con un pene querido entre los labios y con Mariana que va y viene entre ella y su marido, la ruta al climax se ilumina.
Podemos hacer algo más todavía. Hay dos Hitachis a la mano. Il Signore toma uno y lo acerca al sexo hiperactivo de la Signora. Entre tanto aparejo y tanta atención, la mujer queda inerme. El faro que anuncia el puerto cercano aparece en forma de sudor, de aceleración, de ruidos que ya no pueden mantenerse en la boca amordazada de felación. De súbito, un grito intenso y breve, un salto con todo el cuerpo, un naufragio en el orgasmo prometido. Con los ojos llenos de luz, la Signora Medici mira a Mariana y dice en tono de gente bien. “Amiga, te va a gustar. Acuéstate, te toca a ti.”
Ese fue el primer kilómetro de una larga carrera que nos iba a acompañar toda la tarde.
Gran historia!!! Entre los recuerdos olímpicos me encontré con el Sargento Pedraza, medalla de plata en el 68 y eso me llevó a mí infancia con Don Gato y su Pandilla y el Super Hombre Moldum… Este es el Super Sargento Elíud!!! M.