Relatos de nuestros encuentros swinger
August Rodin |
La lamentable noticia es que, en un buen rato, no podremos ver a nuestra pareja estable, los cubanos. La parte positiva de todo esto es que se irán al encuentro de un buen futuro y de muchas oportunidades. De todas formas, como sabían que nos dejaban con un huequito triste en nuestro corazón de libertinos, hicieron que nuestro penúltimo encuentro (el último fue en Libido y ya hablamos de eso) fuera lo más memorable posible. Así, si nos dejaban como a sus Penélopes de latex, esperándolos indefinidamente por los cuartos oscuros de la capital, al menos lo harían sabiendo que esa última cita en el D.F, habría bien valido una reseña en el Jardín.
Sobre la cama jugábamos a tomar turnos: Primero, ella me hacía, luego yo le hacía, después nos hacíamos y Mariana y el cubano también tomaban turnos de idéntica manera. De vez en vez, volteaba a mirar a mi esposa que me sonreía con ese gesto polimorfo que mezcla bien la excitación con la travesura. Cuando ella me mira, mientras se deja llevar por otro hombre, hay una historia nueva, un cuento de seducción que se remonta a muchos años atrás. A cuando nos conocimos. A cuando todo era secreto y era nuevo. En aquél entonces, en sus ojos, al apretarnos muy fuerte para estar lo más cerca posible del otro, podía ver lo profundo de un túnel y un pequeñísimo e intensísimo brillo en el fondo. Del otro lado, sabía que estaba el futuro, pero me quedaba muy lejos y no lo podía ver. Desde esta orilla, mientras Mariana rodea con brazos y piernas al Cubano, me llega desde el fondo de sus ojos el brillo que mana de tantos años de complicidad. Miro con lujuria hacia nuestro pasado, desde un mundo distante, un mundo conocido y donde nada es secreto.
Terminamos la sesión. Los cuatro desnudos, sudados y cansados. Tuvimos tiempo para los arrumacos y besos postcoitales (esos que me encantan). También pudimos comer postres de chocolate todavía en la cama y consentirnos los unos a las otras. Ellos tendrán que viajar ligeros, dicen. Mientras menos carga mejor, dicen. Sacan entonces su cofre de tesoros, una maleta donde guardan todos sus juguetes para adultos. Nos la obsequian. Pilas y todo. En ese envoltorio había muchas horas invertidas, capítulos enteros de una pareja que se va de compras juntos y planea el siguiente límite que habrán de descubrir. Dos personas y muchas noches y tardes y mañanas para encontrar los puntos más sensibles, los lugares más recónditos de la psique de la persona que aman. Esa colección es el pináculo de los secretos, es el arcano con el que se invocan los orgasmos más intensos, la fórmula de convertir lo cotidiano en un ritual iniciático para dos, y luego para cuatro, y luego para seis…
Esa fue la herencia que nos legaron nuestros queridos cubanos. La buena noticia es que, nos deja muchos chirimbolos divertidos para entretenernos en lo que tenemos ocasión de volver a jugar con ellos.
Nosotros también los vamos a extrañar. Más de una sonrisa y algunos suspiros nos sacó esa historia. Nos veremos pronto.