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Anécdotas de nuestra vida erótica

Han pasado muchos años desde que Mariana y yo empezamos a tener sexo. Nos aprendimos de memoria los manuales aprobamos pronto los cursos avanzados. En otras parejas debe pasar lo mismo. Nuestra historia de amor es la historia de las veces que lo hemos hecho. Ahora, podríamos escribir una tesis doctoral sobre follarnos, pero a veces saber no es el mejor de los caminos. Dicen que los grandes maestros hacen sus mejores obras antes de los treinta años. Cuando se es joven hay que inventarlo todo, la irreverencia es el motor de la creatividad. La comodidad no es parte de la axiología de la juventud.

Anoche un pacto tácito nos llevó a los primeros días juntos, a una época en la que tocar ahí o besar allá tenía un efecto incierto. Estábamos desnudos en la cama en que nos hemos desnudado incontables veces, pero era diferente. Yo nunca había visto el cuerpo de Mariana. Al menos no lo había visto de es forma. Puso su cabeza junto a la mía y me dijo:

-Ya llegué

– Bienvenida.

Nos besamos largo rato y entre risas nerviosas. La inseguridad me obligaba a hacer chistes. ¿Se podrá besar de tal o cual manera? Y se podía. Y las cosas caían una a una en lugares correctos, en caminos que llevaban años sin ser recorridos pero que recordaban como abrirse a los pasos humanos. La piel se erizaba con el contacto, como si mientras se abandonaba, también pensara en que se hacía tarde para llegar a casa. Pero estaba ya en casa. Entrar en Mariana fue, anoche, caminar en los pasillos nostálgicos de un lugar querido de la infancia. Fue andar por el jardín en el que me perdía, verlo con los ojos del niño, pero entenderlo desde la perspectiva del adulto.

La noche no terminó, como es usual, en el grandilocuente concierto de orgasmos. Fue un sueño paulatino que me atacó tras un abrazo largo como la juventud que, ya es justo decir que dejamos atrás.