Quien busque sexo…

Quien busque sexo en esta historia, debo advertir a la manera de Lemony Snicket, tendrá que buscar otro texto. Este cuento narra la historia de un nintendo y de dos mujeres. Si quieres aún así quieres seguir leyendo, vale, allá tú. Conocí a Mariana hace 100 años, cualquiera lo sabe, lo que pocos saben es que a Daniela (http://jardindeadultos.com/2008/12/sexo-mariana-y-video.html) la conocí hace 120. Tan importante era esa mujer que no supe que Mariana me amaba profundamente sino hasta que, luego de una serie de conflictos y de desencuentros, entendió que entre Daniela y yo había algo que no se podía romper. Algo que, ni siquiera yo, pude explicar en mis años universitarios, pero que Mariana, en su obsesión por hacerse de mi corazón, comprendió, un poco por intución un poco pidiendo asesoría a mi mejor amigo.

Mariana supo que Daniela decía “hermano” refiriéndose a mí, cuando en realidad, lo que quería decir era amanteintracendidoamorinfantildeseofrustrado y otra clase de historias que estuvieron perdidas durante nuestra adolescencia. De la misma forma que Google Wave, lo que nos sucedía era demasiado avanzado para nuestra comprensión (la de Daniela y la mía, claro que no para la de Mariana). Parte de su entendimiento consistió en que, sin que yo lo pidiera, los tres compartimos cama más de una vez (http://jardindeadultos.blogspot.com/2007/12/eramos-tres-y-nos-gustaba-el-sexo.html) Curiosidad científica resultará para quien lea esto quHe los besos de Daniela cuando se comparten con Mariana, son tanto más púdicos que cuando en privado. En fin, hoy… Bebo la quinta botella de Malbec de la noche. (Creo que aún es Malbec, pero quien confía en mi paladar a estas alturas), y las dos juegan con un Wii juegos retro de cuando eramos adolescentes. En aquél entonces Mariana no estaba en mi vida, pero Daniela ya era inamovible. Hace un segundo, miraba a mi mujer perderse en cualquier cosa mientras Daniela y yo nos coqueteábamos con cinismo, con el mismo que nunca usamos, pero que sacamos del cajón cada vez que sus viajes de investigación la traen de regreso a México y que sus múltiples grados académicos y mis múltiples frustraciones profesionales son incapaces de meterse entre nosotros.

El acto de jugar retronintendo con Mariana significa haber huído de mí, de mis caricias, y no puedo negar haber sentido que el mundo me caía encima. Sexualmente, Mariana y yo estamos ahora, digamos, fuera de circulación. Es decir, nada de coger con otras personas por un rato. Eso yo lo sé, y ella lo sabe. Daniela en cambio, no lo sabe, y se me acerca. El ritual, sin haberse repetido muchas veces, es más o menos el mismo. Ella entiende que coger conmigo significa coger con ella, con Mariana, pero no la seduce a ella. Lo hace conmigo, no sé si porque soy más fácil, o porque ella cree que soy más fácil. El punto es que nos manoseamos. Me toca el trasero y desde hace mucho tiempo yo comprendo que eso significa, méteme mano. Después de tantos éxitos en su vida, no consigo entender porque el amor de su infancia sigue estando dentro de su liga, pero así es. Le meto un poco de mano y descubro que sus pantaletas son de encaje. Mariana, desde lejos nos mira. O no nos mira, o hace la que no nos mira. Y en ese momento lo que más me excita es no saber lo que pasa por su mente. ¿La seduce verme cerca de su mujer o la mata de celos? ¿La mato de celos yo o ella? ¿Será que me deja jugar porque la sabe inocua o porque me sabe irremediable?

Nada pasa. De pronto, Daniela se levanta a jugar Mario Bros con Mariana. Tampoco sé porqué lo hace, pero irremediablemente pierdo la erección, y mientras Ana Belén canta una hermosa canción de Sabina, escribo esto al tiempo que Mariana le enseña a Daniela otros secretos que yo no sabía que conocía.