Ella se acuesta desnuda con la atención perdida en la programación de Fox. Yo estoy aburrido. Ella sobre la cama impúdica, como siempre. Yo, que me distraigo con todo, no puedo distraerme en nada que no sea su desenfado. Cuando Mariana no tiene ropa, parece como si nunca la hubiera tenido. Parece como si la hubieran criado los cuervos en un lugar alejado. Ahora, por eso, me saca los ojos con la presencia bucólica de sus lunares. Si está bocarriba, son pocos, hay que buscarlos con cuidado. Si está boca abajo, su espalda parece un oasis con lunares beduinos abrevando en el borde del cabello.
Ahora Mariana está bocarriba. Empiezo a buscar desde la mancha que tiene en la cara interna del muslo. Ésa es sexy, es irreverente y suele marcar el inicio de todas mis búsquedas. Se me ocurre entonces, un divertimento, una excusa más para poner las manos sobre esa piel que siendo de ella es tan mía. Saco del cajón un plumón rojo. Magistral. De esos que sirven para trazar conocimiento en blancos pizarrones de escuela. Nada más adecuado. La pintura de chocolate hubiera sido, quizá, más sensual, pero menos simbólica.
Unir los puntos. Poner en orden las ideas. Acariciar con la punta de fieltro sangrante la ruta del azar en las fronteras de Mariana. Le causa gracia, o cosquillas. El punto es que se ríe, y la piel se tensa a mi paso. Se levanta para dejarme espacio. La televisión perdió su protagonismo y ahora todo tiene que ver con esa línea que empieza en ella y acaba en ella. En esa línea que sólo pasa por Mariana, y que no necesita más terreno. De un punto a otro, una carretera se va de viaje entre piernas y pezones, baja en ruta peligrosa por la espalda y se pierde dentro de un trasero milagroso. Luego resucita, toma una curva de cintura y sin hacer escala en el ombligo, vuelve al pecho para empezar de nuevo, esta vez, con otro mapa.
Ella reacciona a las caricias, a mis manos sosteniendo la piel para que el plumón trace con mayor soltura. Reacciona a mi respiración tan cerca, a la tinta que se pasea sin miedo por sus piernas y amenaza con alojarse en su sexo. La televisión ya no existe para ella. Sólo piel, su Diego, y el marcador de la obscenidad. Me detiene cuando estoy por quedarme sin lunares. Me pregunta, cándida como si la hubieran criado los cuervos: ¿Vamos a hacer el amor? Sí, otra vez, sí. Siempre sí.
Ahora Mariana está bocarriba. Empiezo a buscar desde la mancha que tiene en la cara interna del muslo. Ésa es sexy, es irreverente y suele marcar el inicio de todas mis búsquedas. Se me ocurre entonces, un divertimento, una excusa más para poner las manos sobre esa piel que siendo de ella es tan mía. Saco del cajón un plumón rojo. Magistral. De esos que sirven para trazar conocimiento en blancos pizarrones de escuela. Nada más adecuado. La pintura de chocolate hubiera sido, quizá, más sensual, pero menos simbólica.
Unir los puntos. Poner en orden las ideas. Acariciar con la punta de fieltro sangrante la ruta del azar en las fronteras de Mariana. Le causa gracia, o cosquillas. El punto es que se ríe, y la piel se tensa a mi paso. Se levanta para dejarme espacio. La televisión perdió su protagonismo y ahora todo tiene que ver con esa línea que empieza en ella y acaba en ella. En esa línea que sólo pasa por Mariana, y que no necesita más terreno. De un punto a otro, una carretera se va de viaje entre piernas y pezones, baja en ruta peligrosa por la espalda y se pierde dentro de un trasero milagroso. Luego resucita, toma una curva de cintura y sin hacer escala en el ombligo, vuelve al pecho para empezar de nuevo, esta vez, con otro mapa.
Ella reacciona a las caricias, a mis manos sosteniendo la piel para que el plumón trace con mayor soltura. Reacciona a mi respiración tan cerca, a la tinta que se pasea sin miedo por sus piernas y amenaza con alojarse en su sexo. La televisión ya no existe para ella. Sólo piel, su Diego, y el marcador de la obscenidad. Me detiene cuando estoy por quedarme sin lunares. Me pregunta, cándida como si la hubieran criado los cuervos: ¿Vamos a hacer el amor? Sí, otra vez, sí. Siempre sí.
Imagen de Roy Lichtenstein