Dos clubes swinger en San Francisco, California

San Francisco fue cuna de revoluciones sexuales, epicentro queer, y un faro cultural para el placer sin culpa. Hoy, descubrimos un par de clubs swinger y nuestra idea de la ciudad cambió un poco.

Clubs swinger en San Francisco, California

Puedes escuchar la versión sonora de este artículo sobre los clubes swinger de San Francisco en Spotify on en tu plataforma de podcast favorita.

Liberales en la niebla: clubes para parejas en SF

Un hombre de Minnesota con quien compartimos mesa en un espectáculo de cabaret nos dice que San Francisco es la ciudad desde la que se desdobla el futuro del planeta. Cierto, algo tiene de gringocentrista el comentario, pero también mucho de verdad. La zona de la bahía en California, es la casa de los monstruosos corportativos tecnológicos. Fue, en muchos sentidos, cuna de las grandes luchas sociales del SXX y es, sin duda, uno de los hubs musicales más importantes del mundo. Por supuesto, imaginaba una ciudad en la que el arcoíris de la diversidad hubiera ya iluminado todos los aspectos de la sexualidad humana. Imaginaba galerías especializadas en arte erótico, sex shops de vanguardia, centros nudistas de toda clase y artefactos curiosos diseñados para turistas jariosos.

Pues no, no hay tanto oro sexual en las faldas de la Sierra Nevada. Contrastando con lo icónico del Castro y lo legalizado de la mariguana que se diseña en laboratorios, nos topamos con una cultura mucho más enfocada en la siguiente startup billonaria que en la construcción de las libertades del individuo. Clubes swinger, pocos y poco memorables. Mucho del carácter otrora erótico de la ciudad, declinó durante la pandemia (tal vez un poco antes). Lo que queda, aunque con algún potencial, también se había eclipsado por el espíritu navideño del momento.

Dicen los locales que los swingers de la bahía se mueven más bien en fiestas privadas. De esas sólo hallamos una, pero declinamos la invitación, porque el viaje en la noche hasta Sausalito sin un auto en que confiar, nos pareció, al menos, imprudente. Sin embargo, hambreados de aventura no nos quedamos. Descubrimos dos clásicos de la vida liberal franciscana que bien valieron la experiencia.

Power Exchange: todo vale

A caballo entre lo libertino y lo LGBT, hay un club de intercambios que, al menos en papel, parece el sueño del pensamiento sexual progresista. En Power Exchange todo el mundo es bienvenido y todo tipo de prácticas sexuales están bien vistas.

El lugar es considerablemente grande y lleno de recovecos interesantes. También, considerablemente descuidado. No es un club en forma, no hay música para bailar ni una barra donde comprar tragos. Los asistentes, principalmente hombres y una que otra chica trans deambulan a la espera de algo. Hay una zona especial para parejas HM en la que se refugian casi todas las mujeres cis. Mariana y yo también estamos ahí porque el área permite una vista panorámica del salón principal, desde la cual vemos a una mujer trans haciéndole sexo oral a un tipo con dimensiones genitales por encima del promedio.

No es que el lugar se perciba peligroso, pero es sórdido y Mariana no se siente especialmente cómoda, ni el sitio la invita en lo más mínimo a la travesura. O a nada, para el caso. Junta valor, y bajemos a explorar los sótanos. Es evidente que lo hace sólo porque sabe que a mí lo cutre, me emociona, y que la curiosidad malsana es mi pecado de confianza.

Antes del descenso, pasa al baño de mujeres que está en la zona reservada a parejas con la ilusión de que la experiencia no sea tan desagradable. Pero la ilusión se acaba pronto; el baño no es individual y el inodoro no tiene puertas. Para ese momento, su tolerancia estaba ya convertida en repulsión.

Bajamos. Yo fantaseo mil porquerías mientras Mariana empieza a localizar la ruta más rápida a la salida. En el sótano hay pequeños cubículos con ventanas o puertas desde las que se puede ver a gente teniendo sexo rodeada por merodeadores como nosotros. Sólo por no dejar, estoy por preguntar: “¿quieres…?” pero no alcanzo a decir la s.

“Ya me quiero ir”

Mientras esperamos el Uber, una pareja guapa que salió casi al mismo tiempo que nosotros nos dice: “Aléjense un poco de aquí para pedir su taxi, luego a los conductores nos les gusta entrar a esta zona. Es el Tenderloin” ¿saben?”

Pero el auto ya viene.

Twist: el club swinger en forma.

Bajamos de un Waymo, estos taxis robotizados que me causan la misma emoción que alguien, alguna vez, sintió por la tele a colores, y que tienen a todos en San Francisco hablando del tema. ¿Será aquí? No, esto parece antro de juventudes. ¿Adentro de la plaza? Tampoco. ¿Siguiente cuadra? Nop. Waze lo marca justo aquí. ¿Y la dirección? Se supone que es este edificio, pero no se ve nada.

Tocamos el timbre y la pequeña puerta de cristal se abrió. Unas angostísimas escaleras nos llevaron a la recepción de Twist en el segundo piso. El hombre, sin ser especialmente entusiasta, nos pide identificaciones, nos hace llenar formularios y nos cobra 160 dólares. Mi tarjeta no pasa. Mariana paga el cóver y no se queja. Está de buen humor. También está muy guapa.

El hombre pregunta que si traemos nuestras bebidas. En Estados Unidos casi todos los clubes son BYOB. Pudimos haber pasado a comprar algo, pero nunca lo hemos hecho porque tampoco es que bebamos tanto y luego hay que volar de regreso a  México con una botella de ginebra a medio morir que le quitaría espacio a mi exagerada importación personal de cervezas. Así que no. De la barra pedimos jugo de arándano y agua mineral.

Parece que no llegamos tan temprano como creíamos. Alcanzamos a ocupar una mesa fuera del salón principal, pero en una zona sin ruido y por la que todo el mundo tiene que pasar. Así que vemos parejas lindas y de diversos colores y formas desfilar.

En términos de decoración y metros cuadrados, el club podría tranquilamente estar en la CDMX. No es espectacularmente grande y el diseño, aunque agradable y funcional, no revela el ojo artístico y la atención al detalle que uno esperaría del mejor club swinger de una de las ciudades más prósperas del Océano Pacífico.

Me sale mi lado chauvinista-pesimista y vuelvo a convencerme de que la Ciudad de México sería la capital liberal de América, si no fuera porque las autoridades son una mierda y los empresarios se la pasan perdiendo el tiempo en escaramuzas intestinas. Pero, en fin.

Twist está lleno. No todo el mundo tiene lugar. Así que las parejas circulan libremente y se acercan a otras para compartir mesa. Parece que la gente está cómoda y hacer conversación con cualquier excusa es muy sencillo.

Mariana me invita al playroom. Antes de entrar tenemos que pasar por el vestidor en donde una multitud se apelmaza para dejar su ropa en los lockers. Luego, ataviados en desnudez y sendas toallas, atravesamos la mirada de los dos vigilantes que se aseguran de que nadie vestido cruce la frontera.

El espacio destinado a jugar es igual o superior al del salón principal. Hay un largo pasillo flanqueado por camas en las que no hay un centímetro libre. Después encontramos una habitación en la que el piso es un enorme colchón y las parejas ubican algún pequeño territorio en donde poder follar. Es sorprendente lo concurrido del lugar. Nos cuesta trabajo hacernos de un espacio entre tanto cuerpo, pero finalmente, logramos extender nuestras toallas para comenzar. En cada ángulo se pueden ver parejas teniendo sexo en infinidad de posiciones. Es un espectáculo sexy, pero curioso. Nadie juega en grupo.

Frente a nosotros, dos hombres penetran cada quien a una mujer distinta en cuatro puntos. Los rostros de ellas estarán a menos de cinco centímetros uno del otro y, sin embargo, nadie rompe la distancia con  un beso, siquiera con un guiño. Ninguno de los cuatro intenta, o invita, o sugiere.

En otros rincones pasan cosas parecidas. Recuerdo las incontables veces en que, estando codo a codo con una pareja, una mano cualquiera salió de su frontera y, habiendo encontrado salvoconducto, abrió el paso a más apéndices mortíferos que desataron aluviones de besos y desfachateces. Mi parte favorita de los playrooms siempre ha sido la historia que puede contarse después de las miradas que se cruzan. Pero aquí se baila en pareja y, aparentemente, sólo en pareja.

Creo que es la primera vez que, en un playroom tan lleno, veo tan poco espíritu de comunidad.  Mientras Mariana me llena saliva y de caricias, el efecto de tanta desnudez eleva mis sensaciones. Un largo climax turista está por aterrizar en un vuelo retrasado. Desarrollo una teoría; el protagonismo de la lucha social, hoy lo tiene el consentimiento. Esta es la generación que puso líneas claras y edificó murallas para detener el abuso sexual. Se inventaron los protocolos y los sutilezas perdieron su lugar de pasaporte.

Aquí, en esta ciudad en la que se desdobla el futuro de la humanidad, nadie se atrevería a iniciar un encuentro que no estuviera previamente acordado. Se respira una especie de asepsia moral. La palabra que busco no es respeto, y tampoco temor. Pero es claro que no hay derecho a importunar.

Ya vestidos y todavía temblorosos, nos ponemos los abrigos y nos preparamos para volver al hotel. Antes de salir vuelvo a leer el reglamento expuesto en la entrada. La última de las reglas es “cualquier acción que amerite pedir una disculpa es causa de expulsión del club”.

 

 

 

You May Also Like

About the Author: Diego el de Mariana

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recommended
Jardín de adultos y Sex Whispers preparamos otra de nuestras…