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Erótica mascarada junto al lago
La palabra “Fidelio” se aloja con gusto en la memoria de los fanáticos de Kubrick. También, en la de quienes, otrora, pausábamos durante varios minutos la reproducción de la película para no perder detalle de la blanca figura de Nicole Kidman frente al espejo. Alude a un tipo de seducción sofisticada y misteriosa que es difícil equiparar con la fantasía construida. Pero Amantina es un buen lugar para dejar que nuestros deseos se apoderen de nosotros.
La ventaja que tiene la realidad sobre la ficción cinematográfica, es que podemos vivirla. Además, podemos hacerlo durante mucho más tiempo de lo que dura la fugaz escena de filme y de que los recuerdos no sólo se almacenarán en los ojos, también en la piel, el oído y el olfato. Por eso, valía la pena llegar temprano a la cita y aprovechar la mayor parte del día es ese pequeño alcázar del hedonismo que hace poco más de un año se convirtiera en realidad.
A Amantina se llega por agua
El bote que transportaba a nuestro grupo tocó el muelle del hotel a eso de la una de la tarde. El clima era benévolo y algunos de los que habían llegado antes conversaban animosamente en la terraza. Me gusta llegar, porque todo en ese sitio da la bienvenida, y eso es grato. Pero además porque la vida cotidiana da una vuelta de tuerca, y subir la escalera desde el muelle equivale a adentrarse paso a paso en un juego de rol en el que nos volvemos personajes de una ensoñación contemporánea. Una historia en la que todos somos guapos, sensuales y exquisitos. Mariana y yo nos unimos al grupo y bebemos ginebras con vista al lago. En ese momento pensé en lo afortunado que éramos por estar tan cerca de tantas de nuestras personas favoritas.
Cuando los swingers platican ocurren fenómenos que los civiles no podrían entender. Tiene que ver con sutiles diferencias, como ir al baño y regresar para encontrar a mi mujer haciéndole sexo oral a un hombre y continuar con la plática mientras acaricio los hipnóticos senos de la Princesa Querosén. O con Mariana corriendo a las piernas de alguien, o con alguien más robando mi mano de sobre la mesa para colocarla en sus piernas. Tiene que ver con besar a cinco mujeres en cinco minutos, con hacer insinuaciones inapropiadas que parecen, perfectamente, venir al caso, o con hablar a risotadas de los infortunios del sexo. Lo que sucede es que hay límites, pero no barreras, una condición que para el mundo civilizado parece paradójica, pero que para los de nuestra especie constituye el estado natural de las cosas, como que se pisa sobre el suelo y la nariz se lleva al frente. Así es, y los veinte minutos de distancia en bote se encargan bien de mantener al mundo real suficientemente aislado.
Feliz cumpleaños, querido amigo
La razón por la que este grupo estaba reunido era el cumpleaños del hombre que puso en marcha la idea de Amantina. Él, quería un refugio alejado de todo y que sirviera el único propósito de hacer que la gente de la comunidad fuera muy feliz. Es uno de esos tipos a los que la hospitalidad se les da por código cultural o por génetica, o que se yo, pero que no podrían ser anfitriones mediocres aunque así lo quisieran. Hombre de negocios de una generación en la que los milagros no existían, se las ingenió con tenacidad para poner piedra sobre piedra de un hotel con servicios de primera línea. Su lugar, hermoso, de un extremo a otro, organiza fiestas impresionantes que hemos visto albergar a 150 parejas o más, aún cuando, entonces, el hotel no contaba sino con cinco habitaciones. Hoy son, si las cuentas no me fallan, diez. Pero cuando hay noche especial, la mayor parte de las parejas se hospedan en el pueblo al que vuelven por la madrugada con el alma llena de recuerdos.
Bajo el sol y la charla, nos pareció buena idea quitarnos la ropa y meternos en el jacuzzi junto a, tal vez, otras veinte o treinta personas que, desnudas conversaban un poco y se besaban un poco más. Es raro, en el medio, ver integraciones tan exitosas. Generalmente alguna pareja se lleva bien con otra, o se hacen grupos de seis u ocho personas. Esta vez, todo el mundo parecía llevarse bien con el resto, en muchos casos porque ya nos conocíamos bien, pero las parejas nuevas también se veían felices de ser parte de esta impúdica congregación. Mariana empezó a jugar, y yo también. Cada uno por su lado pero pendientes el uno del otro. La tarde podía, por mí, prolongarse así durante el resto de mi vida. Pieles, bocas, lenguas y manos. Quizá, mi razón principal de haber venido al mundo.
Fidelio: el lujo de la lujuria
Llego la hora. Nos alistamos para cenar. Un regaderazo precedió al ritual del atavío. El viaje erótico de una noche liberal, empieza con la ropa. Por eso, las fiestas temáticas son tan acogidas. Pantalón y camisa negra. Lencería. Accesorios. Unas capas negras con capucha para completar la imagen. El perfume. El enjuague bucal. Un moño. Dos máscaras venecianas. Una peluca, atrezzo de último minuto facilitado por la Condesa. Un camino desde la habitación al salón principal para encontrar la noche plena de figuras fantásticas. Una mascarada alucinante en que las sensuales figuras femeninas andaban escasas de ropa y de prejuicios. La promesa sutil de la lujuria agazapada.