Crónica de una orgía doméstica
Unas parejas amigas, una casa nueva, mucha desnudez y una noche que fluye entre orgasmos y sudores. Me pregunto si los civiles tendrán satisfacciones de éstas. Me pregunto lo que piensan los demás cuando escuchan los sonidos de nuestra pequeña orgía doméstica. No lo sé, a lo mejor, ni siquiera saben que hay quienes hacen lo que nosotros hacemos.
Relatos casuales de sexo grupal
Cuando la Vecina llamó para que abriéramos la puerta, nadie estaba al pendiente del teléfono. Así que sólo dejó un mensaje en el Whats de Mariana: “Ya llegué. Ya te oí cogiendo”. Como nadie le respondió, regresó a su casa. Poco tiempo después, mi esposa recuperó el aliento y la llamó para pedirle que volviera. El mensaje me mortificaba un poco. Si ella, desde la calle, pudo escuchar lo que ocurría en el interior, no me imagino lo que, a esa hora, pensaban los demás habitantes del edificio.
Unos minutos más tarde, el Vecino y la Vecina volvieron a cruzar la calle que separa su casa de la nuestra y tocaron el timbre nuevamente. Al entrar descubrieron, a pesar de ser aún temprano, a los otros invitados en francas pelotas y algo sudados. Bienvenidos a nuestro nuevo hogar. A Mariana y a mí nos emociona mucho nuestro cambio de casa, así que necesitábamos festejarlo con algunos de nuestros amigos más cercanos. Todo esto representa un problema logístico. El casero accedió a rentarnos el departamento por un precio considerablemente más bajo que su valor real siempre que nos comprometiéramos a ser buenos ciudadanos y a mantener al mínimo las fiestas y el ruido. Decidimos ignorar el problema logístico y, de todas formas armar una pequeña reunión. ¿Quién puede quejarse de que un matrimonio invite a cenar a algunas otras parejas?
Quiso la casualidad (y nuestros afectos) que al tal house warming llegara una selección de de mujeres de orgasmos tan fragorosos como llamativas son sus siluetas. De tal suerte que el concierto a cuatro voces y un piccolo falsete debió haber, al menos, llamado la atención de más de un escucha. La verdad es que no puede uno hacer a nadie responsable de ello. Después de una brevísima cena y mientras alguien conversaba algo sobre no sé qué, la Princesa del Ocote y yo comenzamos a besarnos. Una cosa llevó a la otra y la civilizada soirée que se ofrecía en lo de Mariana y Diego se convirtió en una de esas famosas fiestas de encuerados en las que unos y otras despliegan gimnásticos talentos y, claro está, gimientes vocalizaciones.
¡Qué alegría! Bueno, qué tristeza que los Vecinos no hayan llegado para el primer acto, pero qué alegría que haya habido también un segundo acto en el que pudieron emparejar la cuenta. La Vecina se dejó querer y el sillón sobre el cual jugábamos demostró su sólido carácter de mueble lúbrico. Junto a mí, el Vecino parecía un personaje extraído de video de Hip Hop con dos mujeres tocándose sobre su regazo. Frente a mí, los movimientos serpentinos de otro trío y, envolviendo todo el espacio, las características palabrotas con las que la Nuez acompaña sus impúdicos orgasmos.
Me detuve un segundo a pensar en los otros inquilinos del edificio. ¿Si nos escuchan, podrán imaginarse lo que de verdad ocurre aquí? Seguramente no, las cosas que hace la gente como nosotros pertenece, para los demás, a un mundo que no existe. No sé qué hipótesis habrán desarrollado sobre nuestra amistosa velada, pero ahora, cuando me topo con ellos en las escaleras, no noto ni un atisbo de suspicacia en su mirada. Nada de condena, ni de curiosidad. Nada. Buenas tardes. Buenas tardes. Lindo día.
Supongo que los seres humanos no podemos ver aquello que no es parte de nuestro esquema de realidad. También puede ser que las paredes de nuestro nuevo departamento sean gruesas. Tal vez, simplemente, los otros inquilinos son el tipo de personas que no se meten en lo que no les importa. Eso estaría bien, la Ciudad necesita gente de ese tipo.