Crónicas de la vida sw-
Para nosotros, la noche ya había acabado. Estamos hablando de la que podría ser la fiesta mejor reputada del ambiente swinger. El festejo del aniversario de Dreams espera tantas personas que no se hace en el lugar habitual. Dentro de la misma plaza, se acondiciona un salón en el que fácilmente cabrían 400 parejas. Creo que esta vez éramos 300 pero no estoy muy seguro porque sumar y restar cabezas no está entre mis talentos. De lo que estoy seguro es de que el playroom era un géiser de cuerpos anudados que, en otro momento se nos hubiera antojado como para un clavado a ciegas. Nosotros, sin embargo, estábamos ya cansados y queríamos ir a dormir. Pasaban ya las dos de la mañana cuando iniciamos nuestro camino de despedida recorriendo el sitio en el sentido de las manecillas del reloj.
Salir de una fiesta de este tipo, podría parecer sencillo, pero no lo es, porque entre tanta gente hay, evidentemente, muchos amigos y nos gusta pasar a dar las buenas noches. Además, hay algo en el ritual que yo empiezo a disfrutar incluso más que el swingueo tradicional: la ruta de los besos. Empieza, claro, por la pareja que está junto a nosotros: abrazos, buenas noches y por qué se van. Entonces, entre convención y convención, dar un beso en los labios a la chica de la que me despido, se convierte, por arte de magia, en un largo ir y venir de labios y de lenguas. Nadie supo qué privilegios tengo, pero me pasa así: una cintura que no llega a los treinta años y que bien cabría en una sola mano se ajusta con facilidad a mi abrazo. Empiezo a sentir ganas de quedarme pero no funciona así. Ya dijimos que nos vamos y tenemos que continuar diciendo adiós. Nada hay de doloroso en estas despedidas, en las que, más bien, lo que abunda es la humedad.
Avanzamos hasta el fondo del salón en donde están las dos parejas de la noche anterior. En el camino nos topamos con Calamita y su marido. La bauticé así porque es un imán para mi boca. Cada vez que nos vemos, algo nos pasa, al menos algo me pasa a mí y ella me sigue el juego. El punto es que corremos a besarnos. Esta vez, tampoco es la excepción. Yo quería uno, y ella me da dos. Como los besos no se pueden dar en pares, le doy otro. Seguramente ella tiene una regla parecida a la mía, pero a la inversa porque me vuelve a besar. Escucho a Mariana dar explicaciones sobre las razones para partir. Pero estoy conectado a una mujer hermosa y me siento en nube de delirio. Finalmente nos separamos. Un abrazo más, y con cuidado, descansen.
Llegamos, ahora sí, al lugar en el que están las dos parejas de anoche. Esas mujeres son, por separado, una belleza, pero juntas, una maravilla por sus anatomías hermosas y disímiles formando contrastes estéticos. No volveré a verlas en los próximos días, porque ninguna de las dos vive en la ciudad. Eso, y la noche anterior, justifican una larga y incendiaria despedida. Cada una por su cuenta. Las dos juntas, en uno de esos triples besos con los que tantos entusiastas del porno sueñan. Y cada una por su cuenta, nuevamente. Manos por debajo de la tenue ropa y anhelos de futuros cercanos. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero ya son más de las tres y apenas vamos a mitad de camino. Ahora sí tengo ganas de quedarme a dormir en la boca de ellas dos, pero hay que seguir la ruta antes de que nos amanezca aquí.
Vamos a una de las mesas en la que tenía que haber un grupo grande de amigos cercanos. O ya se fueron, o están bailando, o están en el playroom. Pero queda una pareja con la que, generalmente hablamos poco. Nos caen bien, pero como siempre los vemos entre una peña más protagónica, tenemos pocas ocasiones para hablar con ellos. Mariana aprovecha y empieza a entablar una conversación. Yo no. A mí, esta estrategia de los besos me tiene hipnotizado. Rodeo a esta chica con los brazos y ambos nos dejamos llevar en una oda nocturna a la saliva. No sé por qué no hay en el mundo más gente que se bese. Es encantador en el sentido más literal del término. Soy una especie de esponja, un plecostomus adicto, y esta mujer me hace segunda. Como en la ocasiones anteriores, algo me detiene y hay que irse. Ahora sí, el reloj apremia.
En ese momento aparece Eva. Naturalmente, viene con Adán y los cuatro nos miramos efusivamente. Hay una historia atorada entre nosotros, una especie de película en un VHS sin grabadora donde ponerlo. Nos hemos encontrado varias veces desde hace años. A mí ella me encanta, pero nunca sucede nada más que las cordialidades habituales entre swingers. Quizá una o dos demostraciones públicas de cariño, pero nada más. En la conversación, Adán me reclama por no haber escrito nada sobre ellos. Pienso que tiene razón, un cuento que siempre está al borde de ocurrir, pero nunca pasa, es un cuento digno de ser escrito. No sé qué diferencia hubo en esta ocasión. Supongo que la ruta me tenía encarrilado, pero esta vez me atrevo y alcanzo a probar unos labios deliciosos, un cuerpo extraordinario haciendo presión contra el mío y un lapso en el que no hay relojes. Quedo enredado en una corriente de besos y caricias impúdicas. Oigo voces a lo lejos, pero como en un sueño. Toda mi atención se vuelca en los dos tifones en el que Eva y yo nos hemos convertido. Al separarnos, su marido me dice. “Ahora sí tienes que mencionarnos en uno de tus textos”.
Consideré que era justo y escribí este post.