Historias swinger que nadie te cuenta-
Algunas personas, cuando van de crucero, se inscriben en excursiones para conocer algo más sobre las maravillas naturales y la riqueza cultural del puerto en donde se hallan. Mariana y yo nos registramos en otro tipo de experiencia. Seamos sinceros, no es que el barco ofreciera a sus huéspedes el recorrido “
Playroom entre cajas”, pero nos pareció que ponernos a disposición de la persona encargada del cuarto oscuro, era un detalle de agradecimiento congruente con lo que
SDC nos estaba dando. Así fue como pasamos a ocupar el último turno de la noche del jueves en las guardias del salón de juegos.
Nuestro oficial superior era una mujer pelirroja y cálida. Tiene por ahí de 55 años, es enérgica, minuciosa y positiva. Me pareció que podría ser una buena alegoría del lifestyle. Agradeció nuestro apoyo y nos dio instrucciones por escrito. Luego nos citó media hora después de la media noche. En apariencia, la asignación es sencilla. Ahí están las toallas limpias y siempre tiene que haber suficientes. Allá van las toallas sucias, también las sábanas. Ahí están los condones y los sobrecitos de lubricante, hay que asegurarse de que haya suficientes, pero no demasiados. No se puede entrar con alimentos ni bebidas y hombres solos sólo son bienvenidos en horarios específicos. Para cualquier imprevisto (nunca los hay) un radio sobre la barra está disponible en el canal cinco.
Estamos hablando de un espacio considerablemente grande. La distribución recuerda a un teatro. La gente entra por una pasillo lateral a una especie de zona de transición, protagonizada por la vasta barra de un bar en fuera de servicio. Sobre ella están los recipientes para preservativos y, acomodadas en pirámide, las toallas limpias. Tras ella, la caja con los guantes de látex que utilizaríamos indispensablemente durante nuestra jornada. Recargadas en ella, algunas parejas de mirones pendientes de lo que ocurre unos metros y unos escalones abajo: el escenario. Al centro, una cama enorme se corona como ama y señora de la escena. Como satélites a su alrededor, camas más pequeñas dispuestas en distintos tipos de cubículos. En el costado izquierdo se pueden ver las paredes de un salón-cueva que me hizo pensar en las casas de campaña que poníamos, de niños, en la sala de la casa. Sus paredes tienen varios huecos al estilo pasillo francés, pero de cualquier manera, el interior es bastante oscuro. Frente a ese peculiar apéndice, hay una cama diminuta y otra mesa con toallas. El piso está alfombrado, de modo que algunos usuarios no dudan en usarlo cuando todos los demás lechos están ocupados.
Es la hora más ocupada. Sin saber mucho de cálculo y aforos, no temería asegurar que cerca cien personas están teniendo sexo ahí adentro. En algunas de las camas caben dos parejas y hay tres. En otras caben tres y… En fin, hay espacio para todos, porque todos los que están aquí saben también que coger es (ya lo dijo el clásico) una buena forma de socializar. Mariana me pregunta entre juegos si podremos resistir tres horas de estimulación visual. ¿Y si cuando nos vayamos ya no hay playroom, a dónde llevamos nuestra calentura? Poco sabía mi adorada esposa que el trabajo iba a resultar tan extenuante que, en lo último que pensaríamos al salir sería en el ars amandi.
Caminábamos como fantasmas entre cuerpos voluptuosos. Recogíamos la basura que algunas personas, por defecto estructural de la educación preescolar, son incapaces de tirar en los botes que hay distribuidos por todas partes. Acomodábamos las sábanas, de ser necesario, también las cambiábamos por sábanas limpias. Nos llevábamos las toallas usadas para arrojarlas a los enormes contenedores y después volvíamos a hacer el silencioso recorrido que garantizara el apropiado fornicar de los presentes.
El rol de policía era más sencillo. Sólo un par de veces fue necesario decirle a alguien: “I’m sorry but drinks are not allowed inside the playroom”. Y sólo en una ocasión un inglés (al menos un tipo con acento británico) me aplicó la mexicana: “I know, but there are other people drinking so you may, as well, talk to them first.” De todas formas, las tres horas transcurrieron sin nada relevante que reportar. Fue fatigoso, sí, pero extrañamente divertido.
Nuestra oficial al mando nos anunció que quince minutos antes de la hora del cierre habría que pasar cama por cama anunciando el inminente encendido de las luces. Pregunté si debía hacerlo yo y me dijo que no, que era mejor si ella lo hacía. “Es un poco más cordial una voz femenina, en estos casos, ¿sabes?” Tenía sentido. En ese momento una pareja verdaderamente guapa (él parecía Maestro Limpio) entro en el playroom y, sobre la advertencia del cierre próximo, comenzaron una apresurada felación. Se me antojó. Pasaron diez minutos y la música se apagó. Sólo quedaban Maestro Limpio y su chica que ya, sin más comparsas, se antojaban más. La oficial, su pareja, Mariana y yo, comenzamos entonces la última de las misiones. Desnudar las camas, levantar lo que quedara de basura y vaciar los botes pequeños en los botes grandes; el equivalente liberal a subir las sillas sobre las mesas. Maestro Limpio y chica seguían jugando hasta que se cumplió el plazo y nuestra oficial les dijo que la noche había terminado. Tuve ganas de decirles que podían continuar en nuestro camarote, pero me pareció poco profesional.
Nos fuimos a dormir rendidos y con ganas de dar a nuestros lectores una especie de moraleja. Cuando estén en un playroom sean usuarios considerados. Recuerden que alguien está limpiando lo que ustedes dejan y nada les cuesta llevarse lo que trajeron. ¡Este consejo les doy, porque Diego, su amigo soy!
Desde este lado del "playroom": gracias!
Atte: un par de obsesivos que limpian todo antes de dejar el lugar y que agradecen cuando encuentran todo limpio.