Swinging y feminismo

Opiniones sobre los swingers

¿Ser swinger equivale a ser feminista o es más bien, al contrario, una forma más de machismo disfrazado?

Dividir la materia en dos partes. El mundo del deber ser y el mundo del casi siempre es. Para los swingers que consideramos nuestra práctica como parte de una existencia liberal, social-demócrata opinaría Michel Houellebecq, el territorio SW es una manifestación inequívoca de pensamiento feminista. Habría que asumir, primero, que la expresión libre de la sexualidad es un derecho que, tradicionalmente, ha sido negado a las mujeres.

 

Ejemplos sobran: la necesidad occidental de ocultar los senos, el doble estándar tras las palabras “puta” y “puto”, la sobrevaluación del himen y otras tantas que han sido descritas millones de veces en millones de artículos. En ese sentido, el club swinger es, o debe ser, el espacio natural para recuperar ese derecho. Aquí, quien lleva minifalda no está ofreciéndose, quien besa no está obligada a cumplir, quien manifiesta sus gustos y preferencias puede hacerlo sin esperar consecuencias y lo más importante: quien folla no queda estigmatizada.

     Se trata pues, de una práctica que sirve de excepción a los supuestos sociales, y que brinda una salida al doble discurso de la comunidad. Es decir, mientras el discurso oficial nos dice que hombres y mujeres tenemos el mismo valor frente a la sexualidad, la vida cotidiana nos sigue dando muestras de lo contrario. Los comentarios más misóginos y mordaces sobre la libertad sexual de una chica, siempre los he escuchado en boca de otra.  El mundo liberal se constituye pues como una especie de heterotopía (la palabrota es de Foucault y se refiere a los espacios que la sociedad ha destinado para resguardarse de sus propias normas). La prioridad de los mejores lugares para swingers es proveer un entorno seguro para las mujeres. Quizá habrá quien opine aquí que esto parte de la premisa, especialmente condescendiente, de que una mujer requiere ser protegida, y por lo tanto, provista de espacios seguros, la misma crítica contra los vagones exclusivos en el metro.  Mi opinión, en ese sentido, tal vez esté sesgada, tomando en cuenta que yo soy hombre, pero creo que considerar que las condiciones entre dos grupos no son las mismas, y que por tal motivo, es necesario compensar a quien se encuentra en desventaja es el principio de la equidad. Que todos deberíamos trabajar para conseguir que la sociedad en su conjunto garantice el derecho femenino a la libre expresión de su sexualidad, lo creo firmemente, pero ya que tal cosa aún no ocurre, vale la pena valorar aquellos lugares que sí lo hacen.
     Las reglas de conducta swinger inclinan la balanza hacia el beneficio de lo femenino. El célebre “No” significa “No” contiene un evidente subtexto: Señor, si ya le dijeron que no puede agarrar la chichi, no agarre la chichi”. Por supuesto, que lo contrario también ocurre, pero en tan pocas ocasiones, que sería una necedad considerarlo de tal modo. La pregunta es entonces: ¿las normas SW son una respuesta “liberal” a una sociedad especialmente misógina? Yo no estaría tan seguro, porque ¿en qué medida se garantiza la comodidad femenina como un medio para garantizar la satisfacción masculina?
     Históricamente hablando, nos queda claro, que no hay nada de feminista en la práctica de “intercambiar esposas”, y sí mucho de objetivación de la mujer. Sin embargo, no todo es origen, el movimiento swinger se fue modificando, y su ideología, también ha cambiado conforme el universo que lo contiene ha evolucionado. Basándome únicamente en la observación me atrevo a asegurar que la actitud en cuanto al rol de la mujer dentro del mundo swinger es diferente según la generación a la pertenezcan las parejas. Aquí viene a colación la idea del mundo del deber ser y el mundo del casi siempre ocurre. La misma norma se puede aplicar de idéntica forma por razones ideológicas completamente opuestas. Una mujer puede involucrarse en actividades de sexo grupal como forma de satisfacer su deseo o respondiendo al deseo de su pareja. Vestirse de manera provocativa puede resultar de sus ganas de ser sexy o de la presión de su marido por hacerla más deseable a otros y por lo tanto aumentar su posibilidad de intercambio.  Es difícil medirlo, pero se puede ver a simple vista.
     Es importante, creo, desarrollar el mundo swinger como un reino de lo femenino sin que eso vaya en detrimento de la libertad masculina. Eso lo constuiría como una verdadera heterotopía de la equidad sexual. ¿Cómo lograr, pues, el balance? Pienso que la clave está en entender que TODOS tenemos derecho a hacer lo que queramos y a no hacer lo que no queramos. Se traduce en asumir que la frase “No significa no” también considera el “no” que me dice mi pareja, y que por lo tanto, también soy responsable del “no” que digo yo mismo. Está muy embebido en nuestra cultura que lo educado es decir que no para que el interlocutor insista, o decir “al ratito” para evitar negarse de tajo y dañar los sentimientos de la gente. Sin embargo, una sociedad que respeta la voluntad de sus individuos, no puede dar cabida a mensajes polisémicos. “No” significa “no”, pero también “Sí” significa “sí”. Si el espacio me da la oportunidad de vestirme de una forma en la que usualmente no lo haría, y yo quiero hacerlo, mi obligación es hacerlo sin esperar que alguien venga a convencerme, porque determinar mis acciones según las solicitudes del otro es, de alguna manera, violar su derecho a respetar mi propia voluntad.

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About the Author: Diego V

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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