Crónicas de nuestros viajes SW
Es muy curioso que algunas tradiciones se puedan crear en muy poco tiempo. En las vacaciones, por ejemplo, construimos en dos días el ritual de desayunar en donde los Condes nos llevaran y cenar los platillos que el Chef nos pusiera en la boca. Nos despedimos, entonces, después de las viandas nocturnas. Quedábamos, en ese momento, las dos mujeres del Chef Peninsular, él y nosotros dos. Nos dimos besos de buenas noches y la Mexicana se fue a la cama. Luego él la acompañó. La Madrileña, sin decir adiós, me puso los brazos alrededor del cuello. Sus labios fueron suavemente a los míos y los atraparon. El intercambio de saliva fue largo, tenue como una de esas telas que no acaban de cubrir los cuerpos femeninos. Su cuerpo pequeño encontró lugar cómodamente en mí, y no fue hasta que pensé que Mariana podría estarse aburriendo que me separé de la despedida. Cuando abrí los ojos, la madrileña estaba ahora buscando la boca de Mariana. Lo mismo. Boca a boca y cuerpos muy juntos, las pieles se acoplaron con comodidad.
Llegamos a la cama y había también ahí una Mexicana durmiendo desnuda. Era raro intervenir así el espacio. ¿Estaba realmente dormida o esperaba, cauta, que llegara el festín a su territorio? Se me ocurrió que la Mexicana era una suerte de planta carnívora y nosotros cuatro unos ingenuos insectitos que armábamos orgías a su alrededor. Mi teoría provó ser cierta cuando, estando sobre Madrileña, mi mano se encontró con la de Mexicana. La suya y la mía iniciaron un camino de reconocimiento mutuo, que se prolongó por brazo mutuo, cuello mutuo, hombros mutuos y en fin… Diego, Mexicana, Madrileña, Mariana, Chef Peninsular, armamos una larga cadena de impudicias que, como era de esperarse, se extendieron hasta tempranas horas de la madrugada.
Ojalá se vuelva a repetir esa noche!
La Madrileña
A mí no me dieron sándwich, pero no sé si será mejor no quejarse. 😀