Crónicas de nuestros viajes SW
Chekmate, un club swinger de Nueva York
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Foto; Kiki de Montparnase |
La última de nuestras visitas fue Checkmate, y al conocerlo entendimos por qué las reseñas en SDC eran tan dispares. Por un lado, para poder tener acceso hubo que mandar fotos, hacer reservaciones y finalmente discutir con el folcklórico monigote que celosamente guardaba la puerta de entrada. Por el otro, la concurrencia no resultaba tan selecta como para hacer tanto drama. Pero el sitio es divertido; un local acertadamente pequeño que combina estética de circo, de quince años de Espergencia y de película futurística de los años setenta con parroquianos de lo más variopinto. Siguiendo una tradición aparentemente muy gabacha, hay un sala con casilleros para que uno se ponga en traje de carácter o se encuere como prerrequisito de acceso a los playrooms.
Recién iniciada nuestra exploración caímos (sin mucho arrepentimiento) en el viejo truco de un tipo que nos invitó a jugar con él y con su esposa. Como era atractivo empezamos pronto un trío y la tal mujer nunca llegó. Lo raro fue que, justo después de que Mariana diera con el primer orgasmo de la noche, la gerente del club, una chica bastante simpática, entró para recordarle al tal individuo que ya debía irse y que su mujer lo esperaba afuera.
No tardamos nada en que aparecieran otros compañeritos de aventuras, y después de ellos, otros. Y durante todo ese tiempo, sospechábamos que otros más buscaban formas de hacer contacto con nosotros. Cómo nunca hemos sido muy buenos con eso dar el primer paso, tan solo optamos, como suele ocurrir, por dejarnos llevar a donde nos invitaran, y así pasamos varias horas de brincar entre recién conocidos.
El punto es que ya entrada la noche y luego de rehidratarnos un poco, entramos en el playroom grande, que me recordó al prom dance de “Volver al futuro”. Esperamos un poco de tiempo a que una de las camas se desocupara y, no bien nos habíamos instalado, se nos acercó una pareja que creemos nos había estado rondando. Él, ucraniano y ella, bielorusa, ambos de edades equivalentes a la nuestra, y nos preguntaron si queríamos jugar con ellos. Miré a Mariana. Ella asentió y los cuatro iniciamos una partida que pasó muy pronto de las caricias al intercambio. Las dos mujeres se vinieron más o menos pronto, y cuando pensaba relajarme un poco tras los últimos dos o tres embates (solo por cerrar) descubrí que la rubia no estaba lista para dar por terminada, al menos la primera parte de la sesión. Así que seguí y ella volvió a terminar. Seguí con la mano, y ella volvió a terminar. Y Mariana más o menos llevaba el mismo ritmo. Seguí con la boca y ella volvió a terminar así que regresé a penetrarla y no acabo de explicarme cómo puede una mujer tener o un orgasmo tan prolongado o tantos con tan poco tiempo de recuperación. A ver, no es que un tipo con mi kilometraje no entienda sobre la multiorgasmia, pero esto no se parecía a nada que yo hubiera visto. Que conste que vivo con quien vivo y que cuando nos vamos de aventuras, mi mujer puede romper records mundiales, pero la bielorusa no paraba y no paraba y no paraba. Entre tanto, y mientras yo dejaba en el ruedo toda mi energía, mi Mariana iba de un final a otro. Esos ruidos y curvas dramáticas, al escucharlos, los entiendo bien. Sé que si nadie se detiene, ella tampoco y vuelve a empezar y termina con un ritmo y cadencia que me fascina. Desde mi lado de la trinchera, la cosa no parecía que fuera a tener fin, y yo paulatinamente empezaba a dejar de disfrutarlo y a sentirme, cada vez más comprometido con la mujer del orgasmo perpetuo.
No me malinterpreten. No me estoy quejando. ¿Quién podría quejarse? Pero mantener la concentración es más difícil de lo que suena. Grito de ella. Gemido de Mariana. Orgasmo y orgasmo eterno, y al ucraniano ya ni sé cómo le estaría yendo. Finalmente, en una maniobra distraída, volvimos a cambiar de pareja y nos enganchamos en una de esas posiciones en las que, dentro de mi esposa, podemos ambos tocar o lamer con libertad las erógenas zonas de nuestros cómplices. Así que en la seguridad del sexo que es mi casa, y tras sentir el enésimo final de Mariana, me dejé ir dentro de ella para que todos juntos, ahora sí, pudiéramos iniciar el camino de regreso.
Nos dimos las gracias, intercambiamos nombres y procedencias geográficas. Nos despedimos y fuimos los últimos en salir esa noche de Checkmate.
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Puerta al deseo…