El incómodo problema de estar cómodo

Reflexiones sobre sexualidad

Hace poco Google anunció, para mi espanto, que impondría candados firmes a los blogs alojados en Blogger que contuvieran material “explícito para adultos”. Por “explícito” y “para adultos” el lector debe entender la exhibición de cualquier parte de cuerpo que no cubra un traje de baño occidental. Luego Google se desdijo y ahora todos respiramos contentos. Entre tanto, he leído cualquier cantidad de noticias que hablan de las orgías sexuales de algún exfuncionario del FMI, otras tantas que vituperan o alaban a un programa que exhibirá (difuminadas) a parejas reales teniendo sexo real en pantallas reales de televisión reality, y, por supuesto, la tragedia del tipo que mató a su novia por estar imitando la pueril pornografía para soccer moms que tan de moda se puso en el cine. En fin, que todo documento transmitido por las redes de la internet parece tener un matiz de “coger es bueno, saludable y deseable pero… jijiji, dijo coger.”

     Qué infinitamente complicado es, para los grupos sociales definir una postura frente al placer erótico  o frente al cuerpo y mantenerse congruentes en ella. Tantito más para acá se llama difusión científica, educación sexual o arte de lo sensual pero no le muevas mucho porque ya es para escandalizarse o, al menos para considerarlo muy porno y de muy mal gusto. La cosa no pasaría de darme mucha risa y sumarse a mi catálogo de absurdidades humanas a no ser porque creo que hay consecuencias pragmáticas evidentes en esta necesidad civil de tratar lo sexual con un constante doble discurso.
      En el juego de mostrar para vender y ocultar para no regalar, el ingrediente clave está en lo que se oculta. No hay nada de terrible en lo mostrado. Lo que se ve no se juzga, dicen las abuelas, y frente a lo evidente, sólo el poder de decidir gobierna nuestro consumo y aficiones. Pero al mostrar, incomodamos y para no hacerlo nos obligamos a esconder. Después, la tapa de lo oculto se convierte en el significante de lo mostrado y, a su vez, hay que imponer otra capa. Un ejemplo léxico sencillo es el siguiente. No decimos “pene” porque es feo hablar de ello, pero como es “cool” hablar de penes, pues le ponemos un eufemismo y ya. Decimos, entonces, “pito” o algo así, para esconder nuestro “pene”. “Pito” que era una linda y mostrable palabra, se hace, a fuerza de uso, vulgar y bochornosa y nos vemos obligados a trocarla por “pilín” y el “pilín” hay que cubrirlo después con “tilín”. Al final, lo que se guarda tras capas y capas de vocablos bien puede ser un simple y ordinario “pene”.  Pero el punto es que, mientras más nos forzamos a ocultar lo inocultable, más permitimos que, a la sombra, se cultiven otras cosas con las que no queremos encontrarnos. La decisión de toparnos con ellas, o no, ya no está normada por  nuestro libre albedrío, sino por la casualidad. Movernos entre lo oculto es como manejar sin limpiadores y bajo la lluvia, es peligroso. Y yo creo que el sexo no tendría por qué ser peligroso nunca.

    Entre las noticias que, decía, me he estado topando está la reiterada nota sobre un celebérrimo local swinger en Buenos Aires que fue cerrado recientemente por tráfico de personas. Mientras que a un civil alejado del medio SW la anécdota podría parecerle lógica, quienes la vemos desde el estilo de vida no dejamos de encontrarla, al menos, muy extraña. ¿Qué tiene que ver el tráfico de personas con el intercambio de parejas? Absolutamente nada, pero se trata de dos mundos que, por razones completamente diferentes, están forzados a la clandestinidad y entre las sombras es muy difícil distinguir matices. A mí, por ejemplo, me entristece mucho saber que en México faltan milenios para que sea posible abrir un local liberal con instalaciones de muy primer nivel, algo así como el Fun4two  de los holandeses. No es que no haya mercado, es que todos los empresarios del ramo viven, para su desgracia y la nuestra, con la espada de Damocles en la cabeza. ¿Quién en su sano juicio se lanzaría a invertir en regaderas, jacuzzis, saunas, pistas multicolores de baile, jardines y vestidores megalómanos, sabiendo que, aunque operen un negocio perfectamente legal, están condenados a vivir la margen de la ley? ¿Quién arriesga su capital en un local fijo cuando sabe que, eventualmente, el acoso de las autoridades delegacionales o municipales los obligará a cambiar de sede? Lo terrible es que tal acoso no tiene ninguna base jurídica. Nada hay en las legislaciones mexicanas que evite que la gente folle como quiera, donde quiera y con quien quiera siempre y cuando las actividades se realicen con el consentimiento de los adultos involucrados y nadie esté siendo explotado. Y sin embargo…

Lo que mueve a un inspector delegacional, o a una junta de vecinos quejosos, o al policía en turno a revisar una y otra vez cualquier lugar swinger, está mucho más afincado en nuestra idiosincrasia pueril que cualquier ley. Cuando éramos niños, nos producía infinito placer hacer escarnio de una pareja de inocentes noviecitos de primaria. Nos burlábamos de ellos hasta el cansancio, porque intuíamos que en el protoamor que se profesaban había algo que nosotros deseábamos, y por lo tanto, algo que necesitaba ser censurado. Lo mismo hacen los adultos con las conductas sexuales de los demás. La dualidad, quiero-prohibo o la triada quiero-no_entiedo-condeno, está tan incrustada en la genética social, que lo alternativo, en materia de sexo, está destinado a ser siempre underground, mientras que el sexo mainstream, ese que se propaga como incendio en los medios de comunicación masiva es glorificado por todos como un síntoma de la sociedad liberada. Es cool hablar de porno, es atrevido confesar infidelidades, se ve bien tener uno o dos amigos gays, y ahora, por supuesto, ser una chica dispuesta a recibir un par de nalgadas en la cama está muy en onda, pero cualquier actividad que salga, aunque sea un poco, del patrón diseñado por la tele gringa, es mejor mantenerla en secreto.

Así pues, el sexo, por ser sexo es rico y, por ser rico, incomoda profundamente al ser humano.

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About the Author: Diego V

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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