Reflexiones sobre sexualidad
Hace poco Google anunció, para mi espanto, que impondría candados firmes a los blogs alojados en Blogger que contuvieran material “explícito para adultos”. Por “explícito” y “para adultos” el lector debe entender la exhibición de cualquier parte de cuerpo que no cubra un traje de baño occidental. Luego Google se desdijo y ahora todos respiramos contentos. Entre tanto, he leído cualquier cantidad de noticias que hablan de las orgías sexuales de algún exfuncionario del FMI, otras tantas que vituperan o alaban a un programa que exhibirá (difuminadas) a parejas reales teniendo sexo real en pantallas reales de televisión reality, y, por supuesto, la tragedia del tipo que mató a su novia por estar imitando la pueril pornografía para soccer moms que tan de moda se puso en el cine. En fin, que todo documento transmitido por las redes de la internet parece tener un matiz de “coger es bueno, saludable y deseable pero… jijiji, dijo coger.”
Entre las noticias que, decía, me he estado topando está la reiterada nota sobre un celebérrimo local swinger en Buenos Aires que fue cerrado recientemente por tráfico de personas. Mientras que a un civil alejado del medio SW la anécdota podría parecerle lógica, quienes la vemos desde el estilo de vida no dejamos de encontrarla, al menos, muy extraña. ¿Qué tiene que ver el tráfico de personas con el intercambio de parejas? Absolutamente nada, pero se trata de dos mundos que, por razones completamente diferentes, están forzados a la clandestinidad y entre las sombras es muy difícil distinguir matices. A mí, por ejemplo, me entristece mucho saber que en México faltan milenios para que sea posible abrir un local liberal con instalaciones de muy primer nivel, algo así como el Fun4two de los holandeses. No es que no haya mercado, es que todos los empresarios del ramo viven, para su desgracia y la nuestra, con la espada de Damocles en la cabeza. ¿Quién en su sano juicio se lanzaría a invertir en regaderas, jacuzzis, saunas, pistas multicolores de baile, jardines y vestidores megalómanos, sabiendo que, aunque operen un negocio perfectamente legal, están condenados a vivir la margen de la ley? ¿Quién arriesga su capital en un local fijo cuando sabe que, eventualmente, el acoso de las autoridades delegacionales o municipales los obligará a cambiar de sede? Lo terrible es que tal acoso no tiene ninguna base jurídica. Nada hay en las legislaciones mexicanas que evite que la gente folle como quiera, donde quiera y con quien quiera siempre y cuando las actividades se realicen con el consentimiento de los adultos involucrados y nadie esté siendo explotado. Y sin embargo…
Lo que mueve a un inspector delegacional, o a una junta de vecinos quejosos, o al policía en turno a revisar una y otra vez cualquier lugar swinger, está mucho más afincado en nuestra idiosincrasia pueril que cualquier ley. Cuando éramos niños, nos producía infinito placer hacer escarnio de una pareja de inocentes noviecitos de primaria. Nos burlábamos de ellos hasta el cansancio, porque intuíamos que en el protoamor que se profesaban había algo que nosotros deseábamos, y por lo tanto, algo que necesitaba ser censurado. Lo mismo hacen los adultos con las conductas sexuales de los demás. La dualidad, quiero-prohibo o la triada quiero-no_entiedo-condeno, está tan incrustada en la genética social, que lo alternativo, en materia de sexo, está destinado a ser siempre underground, mientras que el sexo mainstream, ese que se propaga como incendio en los medios de comunicación masiva es glorificado por todos como un síntoma de la sociedad liberada. Es cool hablar de porno, es atrevido confesar infidelidades, se ve bien tener uno o dos amigos gays, y ahora, por supuesto, ser una chica dispuesta a recibir un par de nalgadas en la cama está muy en onda, pero cualquier actividad que salga, aunque sea un poco, del patrón diseñado por la tele gringa, es mejor mantenerla en secreto.
Así pues, el sexo, por ser sexo es rico y, por ser rico, incomoda profundamente al ser humano.