…Y que luego organizamos
- Fiestas swinger CDMX
- Sex Whispers
- Un evento sw que recordaremos para siempre
- Los swingers son más divertidos
La fiesta swinger que hicimos como nos gusta
Fue hace algunos años que, remojados en el legendario jacuzzi del Pistache, conocimos a dos parejas que decían que querían hacer un podcast que hablara del ambiente swinger. Ese día conversamos con ellos largo rato y les deseamos éxito en su proyecto. ¿Quién nos iba a decir que la idea se convertiría en Sex Whispers, toda una autoridad de la materia y que ellos se volverían nuestros compañeros de aventuras, de dichas y de desdichas para siempre? Nadie, pero esa es una de las cosas mágicas del mundo swinger. Nunca se sabe por qué caminos nos llevarán las historias, pero seguro tendrán finales felices.
La última de esas aventuras fue un capricho que nos cayó casi por casualidad. Como reseñamos fiestas, eventos y clubes swinger, un señor que tiene un antro muy fifí nos invitó un día a Mariana y mí a hablar de negocios. Negocios es una palabra que yo ni sé pronunciar, porque algo en mi cerebro se me descompuso al nacer. Estoy incapacitado para hacer cosas de gente grande. Así que cuando los adultos responsables se ponen serios yo, o escapo como el Llanero Solitario al caer el sol, o engaño a mi cabeza para que crea que todo es de a mentiritas y así, si se cree que es de juego, mi mente acepta trabajar. Por eso nunca quise que armáramos una fiesta del ambiente. Eso es cosa de profesionales como Libido, Toño Roma, los Cachos, Ale y Sony, y ese largo etcétera de empresarios con imaginación y vocación. Lo mío lo mío, es ir a divertirme y besar mujeres sensuales.
Afortunadamente tengo una esposa que si es adulto y se sentó pacientemente a escuchar la propuesta del señor con el antro fifí. La verdad, no sonaba nada mal. Así que la aceptó sin preguntarme porque ya sabía que si lo hacía, me paralizaría el miedo y diría que no. De pronto ya teníamos un plazo y un proyecto. Una fiesta swinger en Lomas de Chapultepec y el compromiso de meter, al menos, cincuenta parejas para que al señor le salieran bien las matemáticas. ¿Qué podría salir mal? Todo. Alabados sean los dioses de la promiscuidad, siempre tendremos cerca a las voces (con sus cuerpos y talento) del podcast ese del que hablábamos hace unos párrafos?
“¿Le entran?” “Pues le entramos.” “Pues ya estamos” “Pues qué chingón.” “Pues salud.” Y con esas sabias palabras dimos por inicio el mágico proceso de armar la fiesta swinger a la que nos hubiera encantado ir.
¿Cómo se organiza una fiesta swinger?
El lugar ya lo teníamos con lo que se resuelve una buena parte del problema. Pero fue necesario hablar y resolver temas de privacidad y trato. El staff iba a estar completo y nos preocupaba que estuviéramos todos en la misma línea. También esas conversaciones fueron sencillas, Mariana iba y venía de hacer visitas al señor del antro muy fifí y traía el resultado de nuestras peticiones. Todo muy accessible, todo muy bien. Incluso aceptaron adaptar la parte de arriba para hacer un playroom de lo más coqueto y además aislarlo por completo para que nadie del personal tuviera razones para pasar por ahí.
La personalidad del sitio es muy característica. Tiene un público cautivo que lo busca por su estilo retro y por un DJ divertido y nostálgico. No queríamos cambiar nada de eso, si nosotros podíamos ser quienes éramos, también era justo que nuestro foro pudiera ser fiel a sí mismo. Sabíamos que la selección musical iba a prender porque más pop ochentero y menos reggaetón es algo que se ve poco y que generalmente se añora. Era una apuesta, claro, especialmente entre generaciones más jóvenes, pero era una que estábamos dispuestos a aceptar en pro de algo que saliera un poco de lo habitual.
Con el lugar listo, la parte complicada era llenarlo. A mí, cincuenta parejas me daban un terror de esos que te levantan en la madrugada. Poco me iba yo a imaginar que, puesto que la unión hace la fuerza, entre los Whispers y nosotros no tardamos casi nada en superar esa meta. ¿Dije cincuenta? De pronto fueron sesenta, setenta y antes de que nos diéramos cuenta, ya no había sitio para nosotros. Éramos Nuestra Señora de la Salud, Mariana y yo cenando tacos al pastor cuando, cómo no queriendo la cosa, revisamos la lista de confirmaciones y descubrimos que llevábamos más de cien parejas. (Y seguían llegando depósitos que tuvimos que devolver).
Según mis siempre irresponsables cálculos, doscientas personas sexis en un antro siempre la pasarán muy bien sin necesidad de que nos tuviéramos que esforzar mucho. Y algo hay de cierto en ello, pero afortunadamente el resto del equipo piensa mejor que yo, y entonces hubo que comenzar a pensar en todas esas cosas que nos gusta encontrar en las mejores fiestas swinger. Toallas, por ejemplo ¿qué tan complicado puede ser conseguir 100 toallas sin que se nos vaya ahí todo el presupuesto?. Después, toallitas húmedas, botes de basura, pañuelos desechables, agua para el playroom, en fin, minucias.
¿Y si los pronósticos fallaban? ¿Y si doscientas personas sensuales no bailan, no se conocen entre ellos, no platican y peor aún… ¡no juegan!? Esa se convirtió en nuestra peor pesadilla. Sabíamos qué era lo que definitivamente no queríamos para encender la fiesta: nada de strippers, mucho menos sexo en vivo, nada de concursos ni animaciones, nada de interrumpir el flow de la noche para hacer dinámicas. Lo que pasa es que todas esas son las herramientas del oficio que sabemos que siempre funcionan. Los grandes las ocupan de cajón y dan buenos resultados, especialmente en noches en las que hay muchos nuevos que no se atreven ni a pararse de sus sillas. Pero a nosotros no nos gustan, y ni modo de hacer a otros lo que no nos gusta que nos hagan, ¿verdad?
Habíamos ideado un plan de integración que suponíamos nos salvaría en caso de emergencia. El primero era un sistema de calcomanías que las mujeres podían coleccionar cambiándoselas a otras chicas por favores sexuales y no sexuales. Al final de la noche, quien más stickers tuviera pegadas a su cuerpo se ganaría un premio. Nos gustan los juegos de este tipo porque no son intrusivos y permiten que cada pareja los tome o los deje según su propio ritmo e intereses. Además, le dan a la gente una buena excusa para acercarse a otros. El truco de las calcomanías nos pareció ideal, calcomanías o stickers. ¿Stickers? Y de ahí surgió Stick It or Lick It, el nombre, el tema, nuestra leyenda personal.
El dress code vino junto con pegado. Literalmente. Porque las estampitas podían verse bien sobre el cuerpo desnudo, sin duda, pero ¿y si no se desnudaban? Pues negro, en negro seguro que las calcomanías brillan y le dan algo de personalidad a la noche. Así que todos a vestirse de negro y ya que estábamos en esas, pues hasta sus últimas consecuencias: negro total y mientras más negro mejor. Además, ropa negra sexy y formal, todo el mundo tiene ¿no?
Pensamos en algunas otras cosas, que pudieran ser divertidas. Un violinista que bajara por las escaleras tocando música de Camila Cabello, unas misiones que, si querían, los asistentes pudieran realizar y usar para acercarse a otros, panditas con vodka para pasar de boca en boca, videos porno de principios del siglo pasado para el playroom y así, pequeños caprichos que se nos iban antojando y que le iban dando forma a nuestra gran travesura.
¿Cómo se vive una fiesta swinger (desde la perspectiva del anfitrión)?
Nuestra Señora de la Salud organizó que las tres anfitrionas se vistieran iguales en atuendos negros transparentes. Ya con eso, el respetable público se sentiría bienvenido. Pero igual, la lencería no era la mejor elección para estar arriba recibiendo gente, sobre todo por los chiflones de aire que, en noviembre, ya son implacables. Nos dividimos en dos equipos. Los caballeros, en el vestíbulo, saludábamos, entregábamos stickers y explicábamos misiones. Las señoras, en el salón principal y al pie de la escalera, recibían a la gente y se aseguraban de que todo estuviera bien.
Sentía una emoción de estreno, pero también de noche graduación. Me recorría un nervio infantil refrenado por la certeza de que todo iba muy bien. A veces, recibir grupos de gente en simultáneo era complicado pero éramos tres en la tarea y nos coordinábamos cada vez mejor. Era divertido, sobre todo mientras recordaba que cuando Mariana y yo comenzábamos a visitar clubes y eventos swinger, nunca le hablábamos a nadie. ¿Quién nos iba a decir ahora? ¡Cómo hemos crecido!
En un rato que bajó la afluencia crucé la cortina que dividía el vestíbulo del salón principal. No lo podía creer. La fiesta ya había comenzado. La pista estaba llena y el lugar abarrotado. ¡No había pasado ni media hora de que habíamos dado el primer acceso y de pronto ya teníamos en las manos un club completamente ambientado! Y nosotros que temíamos que la gente se fuera a aburrir. Bolas disco como locas, luces robóticas, música a todo volumen. No es que no haya visto nunca algo así, pero ahora se veía diferente, era nuestro. Nosotros lo hicimos nacer y estaba caminando solito y sin ayuda de nadie.
Suena pueril, yo sé, pero mis fiestas de la juventud nunca fueron la más populares. Ni siquiera populares. Vamos, que sólo éramos tres tipos con acné leyendo poemas y comiendo Cheetos. Cuando cumplí diecinueve organicé un fiestón completamente descontrolado del que todavía se habla. Fue legendario. El problema es que, en esa pachanga, no conocía al 70% de los invitados y después de los estropicios ocasionados, no me atreví a pedirle permiso a mis papás para que me dejaran armar otra. No lo hubieran permitido, de todas maneras. El caso es que tuvieron que pasar veinticinco años para volver a sentir un golpe de calor parecido. Y ahora sí, si no conocía a todos, nada me impedía conocerlos.
Gracias a que el antro, además de fifí era muy profesional, pude recorrer mesas, platicar con gente, besar mujeres, bailar un par de canciones. Aún estando al pendiente de logísticas, la fiesta seguía siendo la noche de mis sueños; una ventaja de dividir el esfuerzo entre tantos. Los seis organizadores éramos al mismo tiempo anfitriones y comensales, lo mejor de dos mundos. A la distancia y entre la multitud, podía ver a Mariana en su outfit casi desnudo divirtiéndose como niña y comportándose como adolescente. Lo he dicho antes en este blog; estoy convencido de que todos venimos al mundo sw a encontrar algo que olvidamos en alguna época dorada del pasado. Para ella y para mí, ahí estaba, por todos lados, cubriéndonos a todos de noche, de despilfarro mental, de aceptación y de travesura. Y mi mujer era una reina jugando en un jardín de espejos.
El lunes se veía muy lejos de ahí, y desde la parte alta del club, los fantasmas de nuestras versiones pasadas nos veían y se sentían muy orgullosos del de relajo que armamos.
Excelente crónica, Diego. Suscribo y celebro cada una de sus letras. Ya se tardaron en organizar la que sigue!!!!
¡Gracias queridos amigos!