Guest post:
Sexperience 2021: Takeover de SDC visto por alguien que no es Diego
Swingers en Cancún
Takeovers
Parejas nuevas
Sexperience 2021
Pasamos una semana genial en Cancún, cortesía de SDC, en una aventura como no hay dos. Daniela y Hugo, una pareja muy bella que comienza a probar las mieles del medio, sólo estuvo tres días, pero afortunadamente coincidimos y mantuvimos el contacto. Ella nos mostró un texto que me gustó mucho sobre su experiencia. Como esta era su primera vez en algo así y como nos cayeron de maravilla, me pareció que una mirada fresca al mundo de los takeovers le vendría bien a Jardín de adultos. Le pedí publicarlo aquí y, suertudo como soy… dijo que sí.
Tres días en el cielo
Imagina el cielo, un lugar hermoso, gente caminando sin prisa por todas partes, miradas se cruzan libremente recorriendo cuerpos de pies a cabeza. No hace falta recorrer mentes, porque todos traemos el mismo modo. Modo libre.
Imagina cientos de ojos mirando sin represión los cuerpos de otras personas; admirando su belleza sin que eso catalogue a nadie como acosador. Risas, besos y caricias.
Todos sabemos a lo que vamos al cielo: a ser libres, a pasarla bien, a servirnos helado sin límite, a estirar la mano y encontrar puños y puños de condones y botes de lubricante sabor dulce. A darle rienda suelta a los festejos del cuerpo.
Takeover SDC 2021 – Cancún, México
300 parejas a puerta cerrada haciendo de todo y más. Desde la bienvenida y el registro se puede sentir festejo en el ambiente. Lo primero y más evidente, todo mundo echando miradas coquetas a diestra y siniestra, algo parecido a un maravilloso buffet: Te paras con tu plato en mano y te paseas unas tres veces haciéndole ojitos al chilaquil, pero también al huevito, pero también al waffle, pero también a la barbacoa, pero también a la fruta. Ningún platillo monta en cólera de celos por tus miradas. Sólo se limitan a poner su mejor perfil y esperar a que decidas darles una probada de tus labios mientras te los comes toditos, limpiando con la lengua el tenedor para que ninguna delicia se desperdicie.
Y en la tercera vuelta te sirves de todo un poco, no vaya a ser que te quedes con el antojo.
Así, igual vas caminando y vas imaginando como sería un beso de éste. ¿Qué tan excitante sería rozar sin querer la pierna de un hombre desconocido mientras bailas, y que él te conteste con un beso que acabe con sus manos por debajo de tu falda, dejando escapar sus dedos un poco más arriba, solo un segundo? ¿Qué tan feliz sería Hugo hundiendo su cara entre esas o aquellas bubis perfectas, con pezones duros de tanto deseo o qué tan rico sería ver a una güerita hacerle seo oral arrodillada y con tacones, mientras él me mira?
Poco a poco, fueron las calenturas ganando terreno sobre las corduras y una regla simple quedó a la deriva: no puede haber actividad sexual en espacios públicos o alberca.
¡Fracaso exitoso! El segundo día, a la orilla de una alberca que parecía estar hecha de mar, una pareja por demás espectacular comenzó a jugar. Nada de gemidos de película, nada de aspavientos. Su misma energía sexual creó una especie de burbuja, que encontró la forma de jalar las miradas de todos a su alrededor. Él, acostado en un camastro que vivía a orillas de este mar de cemento, el agua que los rodeaba parecía añadirles aún más brillo. Y el silencio a su alrededor parecía abrir canales que conectaban de forma particular con cada uno de sus espectadores.
Con las piernas abiertas, él, completamente confiado, cerró los ojos y se dejó llevar por ella. Ella, suavemente arrodillada entre sus piernas, me recordó las escenas de geishas que, con toda la dedicación y delicadeza del mundo, se arrodillan en silencio ante la mesa y dejan caer suavemente un pequeño río de té sobre una taza. Nadie grita o aplaude por un acto tan “sencillo”, sin embargo cuando esto sucede sobre la mesa, todos los presentes le rinden honor al agua cayendo, abren sus oídos al sonido; su mirada, al brillo; sus papilas gustativas, al sabor que viaja en el aire a través del vapor. Todos sus sentidos atentos al momento… Y es sólo té.
De la misma manera, ella, con toda la delicadeza comienza a acariciar su pene usando un aceite dorado con el cual se empapa las manos que suben y bajan suavemente. Lejos de la eyaculación, lo que ella busca es darle placer. Lejos de desear que la penetre, ella sólo busca que él vaya y regrese del cielo sin mover un dedo. Sus movimientos me hablan de que ella tiene una ráfaga de energía subiendo desde la pelvis hasta la cabeza recorriéndola vértebra por vértebra. Suaves sombras se dibujan en su espalda que se arquea jugando con el sol.
Lo que muchos quizás no imaginan, pero yo tengo por seguro, es que dentro de ella, entre sus piernas, se enciende una chispa que empieza a danzar, una especie de tensión que poco a poco va endureciendo sus labios y su clítoris, tejidos creciendo de una forma sutil pero que van apretándose unos contra otros para que el roce que se provoca entre ellos, acentúe cada sensación.
La escena erótica más fascinante que he presenciado en toda mi vida.
En cualquier otro lugar del mundo esto hubiera desatado un murmullo de navajas , señalando tremendo atrevimiento, pero esas cosas no pasan en el cielo. En el cielo , a nadie le mueven los chismes y sus limitantes, ni siquiera las ideas y creencias junto con sus raíces siempre engañosas. En el cielo son las sensaciones las que mueven la vida.
Él es quien recibe a simple vista, pero ella va sembrando en sí misma todo el placer que da. Se sabe por el brillo que va asomándose entre sus labios, entre sus piernas, esa humedad que desea ser tocada para aliviar la tensión que va creciendo en su clítoris erecto, como si quisiera salir a tocarlo también.
La escena duró unos 20 minutos y terminó, a modo de despedida, con unos segundos de labios deslizándose desde la punta suavemente hasta la base y de regreso. Lo dejó en una especie de orgasmo prolongado, ahí, tumbado a pleno sol. Ni aplausos ni chiflidos. Ninguna interrupción a lo que se presenció, no como un show por el que se paga para estar en primera fila, sino como un atardecer. El silencio que se guarda de forma natural cuando el sol se está poniendo. Ése mismo llenó el espacio por completo, mientras todos nos despedimos sin palabras, como dando gracias por tal demostración.
A un lado, otra pareja (Hugo y Daniela) parecíamos estar haciendo fila para recrear la escena.
–Querida geisha, ¿serías tan linda de traernos un poco de té por acá también?
Risas.
Y así hombres y mujeres, todos dispuestos a compartir sus pieles, sus labios y de alguna manera sus almas. Porque el alma nunca se separa del cuerpo. Eso de sexo sin amor nunca me gustó. No tengo idea de si esa geisha desnuda era o no la pareja del afortunado. Me pareció que no. Sin embargo, había una cantidad enorme de amor en ese acto. El mismo amor con el que acaricias un cachorrito, el mismo con el que tu hijo te prepara un día la cena, el mismo con el que abrazas a una amiga. Un amor que no se trata de lo que vas a recibir a cambio, uno que sólo da. Sin más.
Dar placer es una maravillosa forma de amar. En un niño, el placer puede tener forma de gansito congelado. Para un adulto se puede llamar hand job de lujo en alberca pública. Al final es placer, y quien lo da , quiera o no , lo da con una parte de su corazón en la mano.
Así, las capas de juicios van derrumbándose cada día. Me sacudo ese gusanito de la mente. El sexo, o los encuentros eróticos, siempre tienen algo de amor. ¿Y qué tendría eso de malo?
¿Y si besé a cinco, (tres en la alberca y dos en la disco) había amor ahí? Claro que sí. Todo lo que hacemos consensuadame, que no afecta a otros, y que saca sonrisas es amor . Y punto.
Para alguien como yo, que tenía miedo que, de tanto sexo sin amor, mi corazón dejara de serlo, se confirmó todo lo contario. Como dice Galeano: “El ave canta sin saber que canta”. Quizás nos pasa algo similar a nosotros: El ser humano ama sin saber que ama.
¿Entonces, qué hace que mi amor por Hugo sea distinto y especial? Que es un amor que se queda en mis células cuando nos despedimos. Que nuestras risas han ido abriendo tejidos en el cuerpo que ni siquiera sabía que existían y, en su camino, han creado refugios dentro de mí que permanecen llenos de sus miradas. Que ni siquiera hace falta el contacto literal. Hugo me toca el alma con su alma y ese amor va construyendo puentes entre nosotros.
Irónicamente la vida nos puso en un escenario donde lo lógico habría sido, mínimamente, aventarnos dos o tres rounds con parejas internacionales y, por azares del destino, estuvimos más cerca el uno del otro que nunca antes. Nos abrazamos por horas, reímos hasta llorar, platicamos de mil cosas. Conocimos a Diego y a Mariana, en gran medida responsables, aunque hasta ese día no lo supieran, de mi incursión al mundo SW. Nos confesamos desnudos en la alberca. Nos empapamos una y otra vez tocándonos, bailamos a morir y cogimos hasta el cansancio.
Dejamos el cielo la madrugada del martes, habiendo personificado el que, de hoy en adelante, yo llamaré “el acto de la geisha”.
Sin gota de luz, con los ojos cerrados hacia afuera, pero abiertos hacia adentro, nos dejamos poseer por esos dos personajes de la alberca. Hugo, piernas abiertas, yo arrodillada entre ellas. Él se fue al cielo y regresó, mientras mi propio fuego interior subía desde la pelvis hasta mi cabeza, atravesando de sur a norte mi corazón, como abriéndole ventanas por donde pueda el amor salir… y ser.
Daniela
Excelente narraciones , solo de leerlas se me eriza la piel
¡Muchas gracias!