¿La forma en la que vivimos nuestra introducción al mundo swinger es diferente para hombres y para mujeres?-
Lo primero que tengo que declarar antes de abrir mi boquita es que las generalizaciones son, por definición, falaces. Lo segundo es que este artículo será completamente especulativo y empírico. Se basa en nuestra propia historia y en los cientos de conversaciones que hemos tenido con otras parejas respecto a sus primeras aventuras liberales y la manera en que la perspectiva fue distinta según si se tratara de hombres o de mujeres. No quiero hacer ciencia con este post. A lo mucho, abrir una hipótesis para que alguien con más tiempo y rigor la compruebe o la desmienta, o todavía más fácil, que la compare con su propia experiencia y nos cuente, en los comentarios, sus opiniones. Dicho lo anterior, comenzaré.
Es difícil, que nuestra vida adulta se rija abstraída de nuestro contexto cultural. La mayor parte de nuestras acciones afirman o niegan lo que aprendimos mientras crecíamos (casi siempre lo afirman), pero no surgen de manera independiente. Para la mayoría, al menos de los latinoamericanos, la iniciación en la práctica swinger constituyó una forma de rebeldía. Tuvimos, de una manera o de otra, que cuestionar nuestros paradigmas sobre las relaciones de pareja, la fidelidad, la familia y, evidentemente, los roles de género. A no ser que hayamos crecido en una comuna hippie, esto de swinguear no nos llegó un día de manera espontánea o como consecuencia lógica de salir cualquier tarde al cine con amigos. Todos estos cuestionamientos que formulamos antes siquiera de hablar del tema con nuestras parejas ocurrieron en el marco ideológico de la perspectiva con la que fuimos criados como hombres o mujeres, e importando poco el grado de liberalidad de nuestras familias. Después de todo, nuestro contexto es mucho más vasto que los designios de papá y mamá.
La anécdota, por ejemplo, del hombre que batalla meses para convencer a su esposa y, una vez dentro del ambiente, la descubre como pez en el agua mientras él mismo sufre de inadecuación rampante es tan común que Hollywood podría hacer escarnio de ella. Que la mayor parte de las veces sean ellos a quienes se les ocurre probar es un tema de género. Que ellas se nieguen con frecuencia es un tema de género. Que sean ellas las que disfrutan más sus primeros acercamientos, es un tema de género. Y que sean ellos quienes, al principio, padezcan más es, sin duda, otro tema de género. Y, claro está, todo tiene su origen en lo que nos dijeron que debíamos ser al haber nacido con un tipo de genitalidad o con otro.
Una chica crece con la certeza de que los hombres, taimados, harán todo cuanto esté en sus manos por obtener “eso”, y que es responsabilidad de ellas no entregar “eso” antes de haber asegurado el amor eterno de un hombre en particular. Luego de lo cual, será importante no dejar, bajo ninguna circunstancia, que el hombre en cuestión encuentre “eso” en alguna otra parte alejada del tálamo nupcial, ya que las otras mujeres, taimadas y voraces, son capaces, incluso, de ofrecer “eso” a los domesticados consortes con tal de robarlos de los brazos amorosos de sus familias. Es, por lo tanto, raro que sea una mujer la que piense primero en el swing como alternativa real. Si ya dio “eso” y obtuvo “eso en exclusiva”, ¿para qué seguir buscando? El tema del sexo compartido surge, generalmente, de las indagaciones que los insomnes maridos hacen en internet en horas altas de la noche y no sin cierta licencia de sus mujeres, quienes saben que hay que llevar las bridas firmes pero con soltura como un revés de Federer. Desde la primera guguleada hasta el valiente “Mi vida, ¿no mueres de ganas de verme follar con las gemelas Olsen?” millones de escenarios fantásticos han volado a través de la febril cabecita loca del señor. Mientras tanto, las tribulaciones de la señora circulan (y esto también es un problema de género) mucho más al rededor de la órbita de la cotidianidad.
Cuando los hombres nos acercamos al mundo swinger lo hacemos con un guión en mente. Ya recorrimos todas las lúbricas combinaciones y es muy probable que nos hayamos dado el papel protagónico de nuestra propia épica erótica. ¿Pueden culparnos? No. Es nuestra imaginación y hacemos con ella lo que nos venga en gana. El problema está en que, rara vez, la ficción se parece a la realidad y, difícilmente, mientras un hombre (aquí otro tema de género) escribe su película de acción, se detiene a reflexionar sobre las emociones y sentimientos que lo invadirán una vez que dos sensuales damiselas entrelacen sus lenguas con su miembro viril. Al convertir el filme mental en reality show, pocas cosas son similares a las expectativas creadas y, aunque se diga que no, los hombres tampoco somos muy buenos para lidiar con la frustración. Resultado, otra vez, de haber sido criados en una sociedad en la que, por tener pinga, casi siempre nos salimos con la nuestra.
Las mujeres, por otro lado, entran en el ambiente SW esperando poco o casi nada. En algunos casos, incluso, lo que pronostican es el peor de los escenarios. Es natural, crecimos con la idea implantada de que el sexo nunca es bueno para ellas a menos que sea dentro de los castos confines de una cama matrimonial, e incluso así, son muchas quienes lo perciben como un mal necesario. Un club swinger representa, en el imaginario femenino, al menos mexicano, la cueva en la que todos los miedos se harán realidad. Infecciones, violaciones masivas, pérdida de los valores, matrimonios destruidos, familias en ruinas, excomuniones, hordas de orcos jariosos buscando doncellas de úsese y tírese, degradación, indignidad, en fin, los siete caballos de Apocalipsis con todo y sus potrillos y las familias de los potrillos. Y entonces, sucede lo lógico. Las mujeres se topan con todo lo contrario a lo que esperaban. Encuentran un entorno seguro y respetuoso lleno de personas consideradas y descubren que pueden vivir aquellas aventuras con las que se avergonzaban de soñar. ¿Es posible que algo falle en el primer intento? Casi seguro es que sí, pero (tema de género) si se nace con dos cromosomas x en un país como el nuestro, se presume que no todo será un lecho de rosas. Así que no es grave.
Al final, las expectativas con las que nos enfrentamos a nuestras primeras experiencias swinger determinan el resultado que obtendremos, pero no podemos negar que, en los casos más típicos y en algunos otros, éstas se relacionan estrechamente con la respuesta que damos al responder los formularios cuando preguntan: Sexo: H o M.
Exageraste un pelito en lo que un club swinger representa, en el imaginario femenino.. pero poquito nomaaaa…. Fuera de eso esta genial tu análisis Diego, tan genial que amerita extenderse.