– ¿Por qué nos excitan ciertas cosas? –
Me tienen embobado el canal de School of Life, aunque me molesta un poco reconocer que alguien es capaz de poner en productos digeribles tantos años de pensamiento humano. School of Life es como la sopa Maruchán de la filosofía, con la diferencia de que sí sabe bien. Bueno, pues entre sus vídeos me encontré uno que viene al caso comentar aquí, How to Understand Sexiness. El deseo humano sexual es distinto de un humano a otro. Tiene sentido, entonces, que casi todos sintamos que nuestras fantasías y fetiches son únicos. Nos da vergüenza confesarlos, en buena medida, porque son una huella personal y única de nuestra psique. Hablar de nuestros verdaderos deseos, es hablar de aquello que nos hace irrepetibles, y eso nos produce la angustia de sentirnos alienados del resto.
Pero todos padecemos lo mismo. Todos tenemos antojos que, para los demás, son excéntricos. ¿Y de dónde vienen tales apetitos? “Cada fetiche y cada obsesión sexual es una solución erótica imaginaria frente a una ansiedad del mundo real”. Es decir, que mientras el mundo real nos produce una serie de pesares que nos atormentan, nuestra imaginación, siempre al rescate, nos propone escenarios que, por placenteros, calman nuestro malestar. Es posible que esta ansiedad ni siquiera sea consciente, pero, por ejemplo: si la autoridad me hace sentir menospreciado, a ignorado, o abusado, es lógico que mi kink esté en los disfraces de médicos, policías o profesores. Más o menos de eso trata el vídeo.
A mí, evidentemente, lo que me llama la atención es mi auto psicoanálisis de celular. Tengo bien identificados mis fetiches, y (no es novedad) el sexo en grupo es el principal. Ahora, imagine usted, querido lector, al que suscribe estas líneas. Encerrado en mi computadora pasando las tardes de página web en página web. Sin salir si no es a fiestas swinger. Incapaz de soportar a más de cinco personas en mi casa, o fuera de ésta, para el caso. Con extremo pánico a no decir, en una conversación coloquial, suficientes frases geniales como para no pasar por estúpido. Piense usted, que odio los antros y las fiestas (repito: a menos que sean del ambiente), que no me puedo acercar a hablar con un desconocido y que, cuando conozco a la gente y me la encuentro en la calle, prefiero cruzar a la otra acera. ¡Ya tiene la imagen! ¡Ahora puede usted sacar sus propias conclusiones!