Quejas y sugerencias para el mundo liberal
Dice el rumor que los swingers somos una sociedad utópica y autorregulada en la que la justicia y el respeto al derecho ajeno privan sin necesidad de intervención alguna por parte del Estado. Aunque hay algo de cierto en esta aseveración, sería un tanto miope tomarla como verdad absoluta e ignorar que la comunidad sw mexicana está inmersa en un status quo intelectual del que es difícil librarse incluso para los más progresistas.
El domingo pasado, mientras dábamos una charla en el salón de conferencias de Expo Sexo y Erotismo, me asaltó una idea: ¿Puedo decir, sin temor a equivocarme que, dentro del ambiente, el multimentado “no” es siempre respetado? Decirlo así resultaría, al menos, arriesgado, porque todos los que hemos sido pasajeros de este viaje por un largo tiempo, atestiguamos de primera mano, un sinnúmero de ocasiones en las que los malas prácticas del exterior permean al mundo feliz. Me disculpo de antemano si sueno malinchista, y si usted, querido lector, viaja con su lata de chiles jalapeños y su playera de la Selección Nacional, si todito me lo consiente menos faltarle a la patria, o si es de los que firmaron peticiones para exigir a Top Gear una disculpa pública, lo conmino a que abandone la lectura ahora mismo para que podamos seguir siendo amigos.
Dando por descontado que toda generalización miente, podemos definir un buen número de características que nos distinguen como hermanos de la misma patria. Muchas de éstas no son, aunque nos duela, las más positivas. De hecho, son bastante feas. Por ejemplo, sería necio negar que somos un país misógino en demasía y que, más allá del estereotipo de macho mexicano, asumimos como normales cualquier cantidad de prácticas que harían a las mujeres escandinavas levantarse en armas. ¿Se refleja esto en el swing? Quizá más de lo que quisiéramos aceptar. En lo más evidente, aún son muchos los ejemplos de señores que presionan a sus esposas apelando a un sutil, pero real, esquema jerárquico. Pero hay otras manifestaciones más discretas incrustadas en las conductas de las propias mujeres.
Para una latinoamericana, adueñarse de su sexualidad es una labor difícil. El poder para decir “no” y para decir que “sí” –elementos esenciales del estilo de vida swinger– no les viene tan cómodo como podría suponerse. Por lo tanto, frente a la insistencia o frente a la presión social, que toma distintas formas (desde el chantaje hasta la reprobación), no son pocos los casos de mujeres que terminan cediendo más de lo que les hubiera gustado. Lo mismo pasa en el sentido opuesto: aquella que quería treparse a bailar desnuda en la barra, pero se contuvo por el “no vaya siendo”. La asertividad funciona en dos vías, pero éstas se obstaculizan con facilidad cuando hay que oponerse a un sistema de creencias que nos acompañó durante toda nuestra vida. “Una chica decente nunca… “ “Una chica decente siempre…” Peor es el caso de quien, por no atreverse, mira de soslayo y con reprobación a la que sí lo hace y ayuda a perpetrar la cultura de que una chica gorda no debe, por pudor, usar minifalda, o de que venir a jugar y no hacerlo es para viejas apretadas, todas ellas, formas de coartar la libertad de acción de sus congéneres.
Los hombres, por otro lado, criados con la convicción milenaria de que las mujeres son una oportunidad que debe tomarse, no ayudan tampoco. Hasta en los mejores lugares nos hemos topado con especímenes masculinos programados para aprovechar lo que ocurra, sin reparar en que lo que tocan es un ser humano. Los mexicanos que no piden permiso, sino que agarran, son comunes. Acostumbrados a estacionarse en doble fila (nomás un ratito) a meterse en sentido contrario (nomás un pedacito) o meter la mano en el erario público (nomás tantito), roban furtivas manoseadas nomás pa ver qué pasa. Contemplan la posibilidad del reproche, pero insisten en su hazaña hasta que una fuerza exterior les ponga freno. Se cobijan bajo el célebre “más vale pedir perdón que pedir permiso”·. Algunas veces, se salen con la suya porque del otro lado de la facinerosa mano, hay una piel femenina a la que, en contra de la sabiduría swinger, enseñaron que “calladita se ve más bonita”.
La vida swinger es una invitación a una sociedad más civilizada que contempla como pilar aquella noción de libertad que repetían las las maestras del kindergarden: “Mi derecho termina cuando empieza el del otro”. En términos absolutos, hay mucha más gente responsable y consciente de las necesidades de los demás dentro del reino swinger que fuera de éste. En términos generales, el ambiente sw mexicano es una isla bastante más segura que el corrompido mundo exterior. Pero hay que ser francos, lejos de ser un escenario ideal, nuestra feliz comunidad no ha logrado dejar por completo en el olvido al mala copa, a la víbora, al prejucioso, al homófobo, al racista, al pendenciero, al alevoso y, obviamente, al machito .
¿Deberíamos sentarnos a llorar? No lo creo. Sugiero trabajar por cambiar al mundo cambiando nuestras actitudes; cuestionando en qué medida soy culpable de traer al ambiente los vicios que aquejan al país. Después de todo, hacer un mundo feliz más feliz, es mucho más sencillo que cambiar a todo México. Señor, no sea usted encimoso ni gandalla. Señora si es no, diga no y si es sí… diga claramente que sí.