Meditaciones sobre la vida swinger
Pocas palabras son más difíciles de usar que “naco” y “joto”. Cuentan que hay incluso quienes perdieron su trabajo porque, al esgrimirlas con poco arte, sacaron más de un ojo moralmente correcto. No pretendo yo ser tan elocuente como aquellos otros, pero me atreveré a hablar de lo naco y de lo joto porque, como Jardín de adultos no es leído por las masas, sino por algunos más versados en el arte de la sutilezas, entenderán que ambos son vocablos ya reclamados que pueden emplearse sin necesidad aludir a sus más superficiales definiciones.
Foto: Ksenia Alexeeva |
Al gremio de los swingers nos encantan la lentejuela y el oropel. Somos adictos a los disfraces, a la escenografía y al brillo. Tenemos ADN de cabareteros en la constante búsqueda de resplandor bisuteril y de la máscara que evoca a la fantasía. En suma, nos gusta lo naco y lo joto. Y nada hay de reprochable en ello, porque lo que nos cautiva del mundo SW es que constituye una realidad alternativa; una ficción que dura la noche de la fiesta. Somos un tipo de cenicientas en lencería, conscientes de que el material de nuestras aventuras es el mismo cristal con el que están hechas nuestras zapatillas de tacón de aguja. La cobertura es opuesta a la sustancia; eso es naco, en principio. Pero es de una naquez consciente, un acto de rebeldía contra la moral en turno, contra el se vale y no se vale.
Nos vuelven locos los trajes de pirujas porque quienes los portan no son las accesibles suripantas, sino las funcionarias, madres, abogadas, maestras y señoras respetables cuya honorabilidad está probada con años de compartir la vida en pareja con nosotros. Es un mundo donde la estridencia es una virtud; la producción más fastuosa, el refinamiento excesivo, la imaginación estirada hasta sus últimas consecuencias constituyen la excusa ideal para la conversación, y eventualmente, para el coqueteo. “Amo tus pestañas de colores”. “¿Dónde conseguiste tus zapatos de pvc?” “Tus pezoneras están increíbles.” La jotería aquí es deseable, porque lo que defendemos es nuestro derecho a ser y a hacer lo que se nos de la gana huyendo del qué dirán. Promiscuos, sí. Ruidosos, ¿por qué no? Histriónicos, en la medida de lo posible.
Quienes inventaron las palabras “joto” y “naco”, las apoderaron con las armas de la vergüenza. Aquél que se duele cuando es insultado de tal modo, queda humillado por medio del oprobio. Lo temible no es el ser, sino el ser llamado. “El nombre es”, diría Borges, que diría Platón, “arquetipo de la cosa”. Pero el arcano depende de la deshonra. Como los swingers vivimos para nuestro propio planeta, con sus propias leyes y códigos sociales, la infamia del mundo exterior no tiene lugar, y sin infamia no hay castigo. Nada hay de malo en portar una estola de plumas, un chaleco de piel negra, unas botas altas color rojo. ¿Se quiere? Se vale. Ese es el credo que respetamos. Lo escandaloso, entre nosotros, no es parecer facineroso, es, en todo caso, serlo.