Recorrido erótico por Cancún
Llegar a Pearl fue como llegar a casa. No sólo el hotel es muy bello, en cuanto vimos la alberca respiramos la libertad que tanta falta nos hacía e hicimos lo único que es lógico hacer en esos casos. Nos quitamos la ropa. Fue grato encontrarnos con el equipo de Swingee y jugar con ellos a las pelotas, literalmente. Es increíble lo que hacen a un grupo de adultos encuerados un montón de pelotas de playa sueltas en la alberca. El día fue divertido, pero lo mejor ocurrió con la tarde.
Subimos al jacuzzi. Lo recordábamos bello, pero con el agua terriblemente caliente. Nos llevamos la grata sorpresa de que ya no es así. La temperatura era excelente. No tardamos en cruzar miradas con un tipo simpático que evidentemente estaba a la caza. “Mariana, te toca. Ese hombre busca contacto visual y tú eres la indicada.” Contacto visual hecho. Small talk, muy small y poco en antes de que pasara una hora, nos preguntó lo que tomábamos y nos trajo un par de tragos. Luego, hicimos la pregunta lógica. “¿Tu esposa es esa que está entre las piernas de esa otra chica?”
“Sí, ¿quieren acompañarnos?” Así empezó una sesión de múltiples combinaciones bajo el sol que trataba de ocultarse pero, al igual que nosotros, no tenía la menor gana de irse a dormir. Éramos tres parejas, cada individuo con un favorito dentro del grupo. El hombre que nos reclutó, encandilado con Mariana, se aficionó a besarla. Su esposa, tenía una suerte de trance oral por el miembro del otro miembro del clan. La mujer de éste, brincaba entre sexo oral a una y besos a otro, siendo otro yo. Y yo oscilaba entre corresponder a una y complacer a otra. Nada mal para el primer round del que tuvimos que recurrir al agua para recuperarnos.
Ya era de noche y vimos a una pareja preciosa (bueno, ella) tomar posesión de una de las camas. Coincidió que, antes que despedirnos de Pearl, nos pareció buena idea acomodarnos otra y tener algo de sexo salvaje, de ese que tienen las parejas casadas cuando están bien casadas. Fue el juego de miradas, ellos follaban y nosotros también. Nosotros nos volvíamos locos y ellos también. Ellos se dejaban ir entre la noche y nosotros nos sentíamos conectados a un espejo vivo que nos hacía eco al tiempo que nos dictaba el siguiente compás. Había algo de fuerza de gravedad mientras en cada posición las mutuas invitaciones se neutralizaban. Acercarse o no. Llamarlos o no. Mantener el equilibrio entre espejos imposibles.
Nada de tocarse ni de hablarse. Pero al final, a los cuatro nos pareció sensato cenar juntos antes de que volviéramos a dormir en el Temptation.