El punto es que ya entrados en confianza, y con la tranquilidad de haber encaminado a suficientes almas buenas por la ruta de las buenas experiencias, me atrevo a hacer una pequeña confesión: No todo fue miel sobre hojuelas o (haciendo una metáfora más ad hoc) no siempre fue lubricante sobre látex en la gran aventura liberal de nuestra vida. Aquí, la primera parte de una especie de Top 10:
Antología de malas experiencias swinger: Capítulo 1
Malas actitudes
Malos lugares
Malos encuentros
Una amiga unicornio nos invitó a jugar a su casa. Supongo que eso alegra a casi cualquiera con un mínimo de cultura del porno. Como la mía es vasta, me hice muchas ilusiones. El caso es que fuimos, conversamos, cenamos, bebimos y fuimos a la recámara. El juego fue anodino. Por más que Mariana se esforzó para que yo disfrutara esa mina de oro del reino swinger, nada me excitó. Ni siquiera me refiero a la respuesta física; simplemente no hubo nada… nada. Dos mujeres desnudas dispuestas a toda clase de travesuras y yo que me estaba aburriendo más que en un partido de los Tecos. ¿Por qué? Quién lo sabe. Parece mentira que estamos tan convencidos de que algunas cosas son deseables que cuando nos ocurren, ni siquiera sabemos por qué las deseamos tanto. No quiero decir que no me gusten los tríos. Me encantan, pero al parecer, no todos los tríos MHM me gustan. Al parecer, incluso en el más promiscuo de los tipos de vida, la realidad, no es como en las películas xxx.
Malos compañeros de playroom
Había un club en Nueva York, no era la gran cosa, pero no estaba mal. La zona de juegos era un espacio enorme con un colchón que cubría todo el piso, almohadas y ya. Así que no había que esforzarse por buscar un lugarcito. Todo el cuarto era un sitio propicio. Ya habíamos estado ahí otras dos veces esa misma noche. En una encontramos con quien jugar, y en la otra no, pero de todas formas la estábamos pasando respetablemente bien. Digamos que estábamos en el el último round antes de irnos de vuelta al hotel a tomar un merecido descanso. Llegaron de pronto tres parejas más. Venían juntos y traían un escándalo más acorde con un partido de los Gigantes que con un cuarto oscuro. Las otras parejas que quedaban, una de las cuales coqueteaba con nosotros, se fueron y nos dejaron con los ruidosos. Se volvió imposible concentrarse. Se echaban porras los unos a los otros. Pedían condones a los cuatro vientos. Gritaban chistes y leperadas a voz en cuello. Se reían como si estuvieran en una peli de Mr. Bean y fueron capaces de quitarle al momento todo resquicio de sensualidad. Finalmente, logramos manejar nuestra paciencia y evitamos que la turba bulliciosa nos arruinara la úlima posibilidad de extraerle más jugo a la noche. Pero, queridos lectores, los playrooms son para jugar guarden las conversaciones banales para las otras áreas de los clubes.
Malos nosotros.
Era nuestra última noche en Cap d’ Agde y yo moría de ganas de ir al Glamour en fin de semana. Habíamos ido ya una vez a la fiesta de espuma y otra en una noche normal. Pero todas las guías decían que no era lo mismo, que había que ir en la noche del sábado. Para ese día, Mariana y yo estábamos pasando tiempo extra en la villa naturista. Nuestro hotel ya había vencido y vivíamos como homeless, disfrutando del hospedaje que, generosamente, nos compartió un amigo fuera del quartier. Por eso, yo quería, después de la hora de la comida, ir al pueblo vecino para arreglarnos y poder regresar en la noche. Sabía que, los porteros del club, eran especialmente estrictos en sábado y que, o íbamos echando tiros, o no nos dejarían entrar. Mariana, prefirió que nos quedáramos a jugar con la Selección Sueca de Swinging, y nos tuvimos que bañar y acicalar en el departamento de unos de ellos. Claro, que no teníamos ropa y hubo que conformarse con lo puesto, incluyendo mis zapatos de playa que nada tenían que ver con lo glamuroso del Glamour. No nos dejaron pasar. El bouncer ni siquiera se tomó la molestia de explicar, sólo me miró con desprecio directamente a los pies y yo tuve una involuntaria y dolorosa regresión a lo inadecuado de mi adolescencia. Me sentí, además, muy dañado en lo más profundo de mi ánimo investigador. No quise decir “Te lo dije”, pero ella me preguntó y la tormenta se arremolinó en nuestras cabezas. Ninguno de los dos supo manejar la tempestad de emociones que se formó en cuestión de minutos. La trivialidad de los zapatos descolló en un par de mexicanos a los gritos, sombrerazos y comentarios a cuál más hiriente en medio de la calle. Pasaron horas antes de que volviéramos a nuestros cabales, y entonces sí, ya era muy tarde. ¿Que si era tan malo no pasar la última noche en el club al que yo quería ir? Seguramente no, sobre todo considerando lo mal que los dos pasamos nuestra última noche en un paraíso, donde evidentemente, había mucho más cosas que hacer además de esa.
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Tenemos otro capítulo dedicado a nuestras malas experiencias swinger:
Oh… nosotros estamos empezando pero… también podemos contar alguna. Gracias a que a dia de hoy lo recordamos con risas…. y aprendemos de ello.
Besos.
Ian se ha reido, dice que nosotros tenemos tb batallitas que contar.
Cuéntanos, cuéntanos…
Bueno, tal vez no son tantas batallitas, jajaja. Pero allá voy.
La primera vez que Ian y yo fuimos a un local fue bastante bien, aunque no llegamos a hacer nada, así que él, que es algo reacio, aceptó que no era un mundo de perdición y oscuridad.
Eso nos dio opción a una segunda experiencia, pero no podiamos repetir local porque la primera vez fue lejos de casa, durante las vacaciones. Asi que cogimos internet y nos la jugamos al local con las mejores fotos, porque realmente no sabiamos como hacerlo.
Asi que la noche en cuestión acudimos a la dirección y nos dispusimos a pasar una noche divertida. Nada mas llegar la zona habia sufrido un apagón, lo que ya nos dejó una sensación ambivalente…. pero yo saqué mi vena optimista y seguimos adelante. Al entrar le preguntamos a la encargada que tal el ambiente y nos dijo que se estaba calentando.
Una vez dentro vimos una pareja en la barra, dos parejas de chavalitos y… quizá alguna mas. El local era grande y tenía buena pinta. Pedimos las bebidas y nos dispusimos a ver si llegaba alguien mas mientras entrabamos en calor.
Nos llamó la atención que el grupo de cuatro chavalitos no parecía que tuviesen ningún roce entre ellos. Es mas su actitud… no cuadraba.
Tras cambiarnos para entrar en las habitaciones nos dimos cuenta de que era el hijo del dueño que habia quedado con sus amigos para tomar unas copas antes de salir de fiesta por ahi. Eso a Ian le enfadó mucho, pero ya estabamos allí, se habia hecho tarde y habia otra pareja que no estaba mal…. asi que le calmé. Le dije que lo dejara pasar.
La noche continuó en una sala con varias camas separadas por cortinas donde disfrutamos junto a la otra pareja, que estaba en la cama de enfrente. Todo iba bien, todo genial…. hasta Ian empezaba a sentirse realmente comodo… cuando aparecio el hijo del dueño a masturbarse, vestido, mientras nos miraba a ambas parejas.
Nos habian asegurado que era noche de parejas y digamos que teniendo en cuenta que Ian todavia no se siente comodo con esto de mirar y ser mirado…. la sensacion final fue muy mala.
Pero como yo digo…. la otra pareja era muyyyy buena y hubo un duelo de gemidos, jadeos y miradas que me encanto… 🙂
Pero si llega a ser nuestra primera experiencia lo mas seguro es que nunca mas hubiesemos vuelto.
🙂
Perdon si me he enrollado demasiado y tambien por los acentos… tengo el pc estropeado.
Qué mal viaje eso de los hombres solos en playrooms sólo de parejas. Nos ha pasado un par de veces y ha sido razón para no volver nunca. Gracias por compartir tu historia con nosotros. Besos.
interesante post… estuvimos por contar una mala experiencia en nuestro blog, pero no nos gustó la idea de que quedara escrito algo feo en un blog en el que queremos compartir cosas agradables.
Yo diferenciaría dos tipos de "malos momentos"… uno, es un mal momento que podría darse en cualquier lado, no necesariamente en un club o en un encuentro swinger… ustedes lo decriben bien… maltrato de parte de quién te atiende, o mala educación de eventuales concurrentes… también podría ser mucho ruido, demasiada gente o mala música…
El otro tipo de "malos momentos" serían los "desencuentros" entre nosotros (hubo alguno, muy pocos, en realidad, pero, hubo…) Desencuentros como el que cuentan en "malas actitudes"…
Nosotros no vamos a boliches, nos reunimos en casas o departamentos, con otra u otras parejas. Charlando de este tema, entre nosotros dos, llegamos a la conclusión de que lo que nos incomoda es que uno la esté pasando mal y el otro bien… en ese caso, el que no está cómodo, aumenta su incomodidad porque el otro la está pasando "bomba"…
Convinimos, entonces, en que siempre que alguno de los dos no estuviera disfrutando, se sume al otro. Vale decir que, si, por alguna razón, en un grupal, yo (o ella) me "quedara solo", o no estuviera cómodo, algo que puede ocurrir, la "busco" a ella, que puede estar con un chico, una chica, o un grupo, y, simplemente, me sumo… lo mismo haría ella.
Es algo que alguna vez ocurrió, no fue agradable, pero lo charlamos y lo resolvimos para siguientes encuentros.
besos desde buenos aires de…
nosotros dos
Y si uno de los dos se acuesta por detrás con una de esas personas que compartió que harías
Hablarlo, por supuesto. Alguien rompió un acuerdo y eso no se hace. Cuando las cosas no van bien en una pareja (del ambiente o no) hay que resolver el problema y tener esa conversación incómoda que a nadie le gusta, pero que permite seguir avanzando.
Todo es bueno si se va con la gente indicada..es un fiasco si los acompañantes.son mojigatos .impotentes y demas
Y nunca les ha sucedido que repiten con las mismas personas y alguna de esas les gusta demasiado al punto de irse por detrás con esa persona sin decirle nada a tu pareja? Que harían si algo así sucede? Romperían su matrimonio? Se perdonarían lo harían nuevamente mejor
No. Eso no nos ha pasado. Siempre hemos tenido muy claros nuestros acuerdos y nuestros límites. No nos gusta ponernos en situaciones en las que uno de nosotros se sienta vulnerable o lastimado, pero sí hemos metido la pata y nos hemos equivocado. Más de una vez nos hemos hecho daño sin querer hacerlo. ¿Qué hacemos? Nos sentamos y lo hablamos. Nos ponemos de acuerdo, le damos el tiempo necesario para sanar lo que haya que sanar, nos alejamos de entornos que nos pongan en peligro, y perdonamos. Pero esa es sólo nuestra forma de hacer las cosas y lo que nos funciona, en nuestras circunstancia particulares, no es necesariamente igual para todos.