Crónicas de nuestros viajes SW
Taste Parties, fiestas swinger en Nueva York
La primera cita fue en la alberca de un hotel. Con pocos grados bajo cero, Mariana y yo nos sentimos estúpidos llendo a comprar trajes de baño. Pero ni modo, el traje de baño era requisito. Cover más guardarropa obligatorio más whiskies de quince dólares nos dieron derecho a entrar a un mundo tan neoyorkino como las series de televisión. Un espacio pequeño, super trendy y multiracial, eso sí, dos baños individuales, ningún vestidor y más de 70 personas guapísimas, salvo alguna excepción, aventando pelotas de playa en la alberca. Todos mis complejos de la secundaria emergieron. Me sentía completamente fuera de lugar. A mi alrededor, la gente era más hermosa, más rica, más sofisticada y, en su mayoría más jóvenes y vigorosos que yo. Agradecí infinitamente, ahora sí, que el traje de baño fuera obligatorio; una inseguridad menos a la lista. Mariana en cambio, que no habla con nadie, se la pasó de maravilla, haciéndome cargarla de un lado a otro de la piscina y bombardeando desconocidos con las pelotas inflables.
A las doce, como la Cenicienta, la pool party termina y los parroquianos cambiamos de sede. La chica dueña de Taste Parties me da la dirección y espera que yo la memorice. No lo hago bien, pero afortunadamente alguien más me la pregunta, y al dársela, me hace saber que lo que digo no tiene ningún sentido. Confirmamos la dirección. Ahora sí logro aprenderla. La chica dueña de Taste Parties está en sus veinte y es delgadísima. Su cuerpo de bailarina está cubierto por una piel marrón que, combinada con sus ojos grandes y profundos me hacen pensar en cierta genética hindú, pero no lo podría jurar. El punto es que es extravertida, juvenil, hasta cierto punto irresponsable pero con un talento natural para hacer fiestas.
El lugar donde las organiza es un estudio en cuarto piso. Estoy seguro que de día, el sitio funge como despacho creativo o algo así, Pero es la esencia de lo que todo club swinger debe ser: un lugar cómodo, de ambiente relajado que, precisamente por no gritar a los cuatro vientos: “Venid y coged, hombres y mujeres del mundo. Abandonaos a los placeres de la carne porque éste es un mundo erotiquérrimo. Venid, adelante, follad ad libitum hic et nunc”, invita a la fornicación. Sillones de piel, paredes con ladrillo expuesto, barra de madera y hasta un modelo de avión suspendido del techo de un espacio que no supera los 200 metros cuadrados, es ambientado por luces indirectas, un tubo y la playlist del ipod de la chica dueña de Taste Parties. Eso es lo que me gusta del sitio: es bello y práctico pero no tiene ningún tipo aspiracional ni de antro moderno ni de casa de citas.
Avanzamos hacia un extremo, a uno de los dos playrooms, en realidad una cama triple que me hace pensar en algún tipo de vitrina. Cuatro o cinco personas se exhiben ahí en intensa actividad amatoria. Es evidente que unos intercambian, todos comparten. Varios de los comensales estamos ahí observando, como en una especie de teatro a la italiana. Mariana nos abre paso y llegamos a la primera fila, me toca y se deja tocar mientras miramos un poco del espectáculo. No pasó mucho tiempo antes de que se quitara la ropa y me la quitara a mi. En la cama no había lugar para nosotros, pero Mariana se las ingenió para hacernos espacio. Primero un rincón, luego nos pudimos acostar ambos. No recuerdo como ocurrió, pero de pronto soy bendecido por el dios de los swingers que me manda a una mulata hermosísima a chupármela. Lamento que la suerte de mi mujer no sea tan buena como la mía, pero de vez en cuando extiende la mano y acaricia recovecos de ¿Denisse? ¿Chantal? Es un nombre francés, eso sí lo recuerdo. Y eso la mantiene excitada. Mariana se queda con la peor parte del pastel. Pero ahora ambos sabemos que se está sacrificando por el equipo y que le debo una. La mujer del nombre francés me pide un condón y me estiro para buscarlo en la canasta que está estratégicamente colocada a los pies de la cama. Se viene un par de veces. Se lleva a su hombre y Mariana y yo seguimos buscando entre la piel que nos rodea. Estuvimos con otros, unos negros, él tiene cuerpo espectacular al que mi mujer no podía dejar de apretarle las nalgas mientras se montaba en mí. También pasamos por las manos de unos que se veían nórdicos y hablaban una lengua que no pude identificar. Pero ellas se tocaban y nosotros las penetrábamos desde atrás. Antes, en la alberca, había visto una pareja sexy que me había llamado la atención. Resulta que, ya sin ropa, él tenía entre las piernas un enorme imán para los labios de Mariana quien ya no pudo despegarse de ahí en un buen rato. Y así pasamos la noche, avanzando como gusanos por todo lo ancho entre almohadas, manos, piernas, culos y bocas que nos sirvieron de pista de obstáculos y de chapoteadero.
Cuando salimos, ya casi todo el mundo se había ido. Mariana se cambia las galas sexies y se pone la ropa de salir al frío. La chica dueña de Taste Party se acerca a platicar con nosotros. Pregunta si la pasamos bien. Es evidente que sí. Nos cuenta que fue una gran idea traer botas de caminar para el regreso. -Las swingers, todas- dice -deberían traer siempre dos pares de zapatos.
Antes de llegar al hotel pasamos a comprar falafel y cenamos en la cama a eso de las cinco de la mañana. Después, me cuenta que éste fue su lugar favorito en el viaje.
Imagen: Alberca del Hotel Grace
Vaya me da gusto leer como se divierten ustedes dos. Siempre agradeceré por su blog, pues nos ha servido de guía para saber que existen lugares por conocer. Saludos
Me ha gustado mucho tú blog, te seguiré muy de cerca jejeje..
Pásate por el mío Tuboca.besaba.com y me cuentas.