La mini, es sin duda, un fetiche obligatorio. Entiendo y comparto las fascinación por ver las piernas e imaginar aquello que las corona, pero mucho más me hace perder el juicio la larga y pudorosa falda. Seguramente me hace sentir aristócrata; la falda larga es una muralla que sólo pocos traspasan, y me excita saber que está ahí para que mis manos la crucen. Cuando se lleva con desfachatez, exhibe los muslos en intermitencias, y el drapeado azaroso enmarca un deseo tan oscuro como alentador.
Mariana, de vez en cuando, usa faldas para provocarme. Entonces salimos con amigos, con amigos verticales. Ella baila, o toma café, o fuma, o conversa o lo que sea que se haga cuando hay gente cerca. Bajo esa cortina a la moda, una columna de carne y piel, roza a otra. Se suda. La fuerza de la tierra sube por las medias y se detiene donde las medias se acaban, para observar desde ahí el surco que se ha abierto sólo para mi deleite. Yo la miro desde lejos, desde otra conversación que ignoro casi por principio. Mariana se dibuja bajo la tela. Se traza un culo formidable, se intuyen las piernas abiertas y el sexo con mi nombre escrito en letras de humedad.
Imagen: Tomer Hanuka, via: Idn
¡De acuerdo con las faldas largas!
Deliciosa la imagen
Qué buena escritura que tenés, realmente fantástico.
Te sigo, pasate