Cita fantástica con un single de Twitter

Esta es la historia de una fantasía, de una suite en un hotel de lujo, de una pareja insegura, y de un single de Twitter con la sutileza de Lucifer.

Cita swinger con un single de Twitter, X.

Puedes escuchar la versión sonora de este relato sobre un single de Twitter en Spotify o en tu plataforma de podcast favorita.

Cuando el deseo supera la ficción

Alberto220553: hola

No, no hay ningún incentivo para responder un DM cuyo remitente es el avatar gris genérico de X y que no dice nada en particular.  Pero mis acciones no suelen tener ningún sustento racional, así que contesté.

DiegoconMariana: hola

Alberto220553: como puedo conocerlos

No, no hay ningún incentivo para responder un DM cuyo remitente atropella con cínica impunidad los derechos humanos de las tildes y de los signos de puntuación. Pero (reitero) mis acciones no suelen tener ningún sustento racional.

DiegoconMariana: Normalmente, posteamos aquí los eventos en los que estaremos.

Alberto220553: solo en evento

Asumí que tras la afirmación había una pregunta. Tenía muchísimo trabajo pendiente y, como es costumbre, ninguna gana de hacerlo, por lo que caer en la tentación de enfrascarme en la más inútil de las conversaciones, me pareció un proyecto apetitoso.

DiegoconMariana: Así es. ¿O si no, cómo?

Mi negligencia crónica fue interrumpida por circunstancias adversas. Aparentemente, Alberto sí tenía otras actividades prioritarias que atender y pasaron varias horas antes de que respondiera con su característica economía de lenguaje. Para entonces, mi trabajo ya estaba hecho, pero ahora el insomnio me obligaba a matar tiempo en un Twitter en la era de Musk, que insistía en no mostrarme nada interesante.

Alberto220553: en hotel

Alberto, sin duda, sería esa clase de hombre firme y estoico. Pocas palabras, acciones definidas, riesgos innecesarios. Lo imaginé como un Clark Gable de las redes sociales, alguien que bien sabe que el que poco pide, poco merece y se apega a su credo con entereza. El tipo de personas al que, hasta las teclas virtuales del celular, obedecen.

Desde este lado de la comunicación, por otro lado, había un Diego temeroso e inseguro. Aun cuando coqueteaba con la idea de despertar a Mariana de su quinto sueño para subirla al auto y llevarla a una suite en el Presidente, y atender de manera expedita la solicitud de Alberto, algo me hacía dudar.

En mi cabeza revoloteaba la imagen de una historia desbordante de aventuras sexuales cuando mi esposa abriera la puerta de la habitación y Alberto, con ese aplomo de hombre varonil tan suyo, le dirigiera una mirada vibratoria, de esas que hacen exhalar agonizantes alientos a las mozas.  Alberto estaría detrás de una barra que, por motivos cinematográficos, imagino ubicada frente a la ventana. Así, su silueta a contraluz se dibujaría angulada y precisa mientras sirve tres whiskys.

Tuve que moderar mi entusiasmo. No quería que Alberto pensara que era fácil seducirme para llevar a Mariana a la cama.

DiegoconMariana: Entiendo. ¿Tú estarías dispuesto a verte en un hotel con una persona de la que no sabes absolutamente nada?

Me preguntaba si mi uso de signos de interrogación se leería demasiado petulante. Pero soy quien soy. Ni modo, así me comunico y punto.  Mi pregunta tenía dos intenciones. Por un lado, confirmar que mi interlocutor estuviera hablando en serio y que la sugerencia de conocernos en un hotel no fuera simple cachondeo cibernético. Uno nunca sabe, tanto loco que anda por ahí. Por el otro lado, también me daba una ruta de escape, en caso de que Alberto me notara muy liviano y se desencantara de un ritual de seducción demasiado primario para él. Después de todo, nadie quiere coquetear con quien entrega el cuerpo de su mujer a la primera, ¿verdad? Hay que darse a respetar.

Si, comprensiblemente, Alberto decía que no, que eso de revolcarse con la mujer del primero que le responde un tuit no era para él, yo aún contaba con la carta del digno. Podía contestar que nosotros tampoco, y que dejara de estar molestando. Así, nuestra reputación quedaría impoluta en el supuesto de que la conversación se filtrara, vía screenshot, al feed de algún tercero. 

Alberto220553: si las sorpresas son mejores. (Y luego dos emojis, uno baboso y otro rojo y con la lengua de fuera).

Me tomó un momento descifrar el mensaje. Mi analfabetismo en redes me obliga a necesitar algunas estrategias para comprender mejor lo que lacónicamente dicen los que saben hablar con los dedos. Interpreté: “Sí. Las sorpresas son mejores”. 

Los dos emojis me sugirieron deseo y temperatura, pero confieso dominar solamente los cinco pictogramas que utilizo siempre en mis mensajes y, a diferencia de Alberto, yo no poseo la destreza para cambiar de un sistema lingüístico al otro con tanta presteza. ¿Por qué Dios, habrá dado a algunos habilidades poéticas del siglo XXI mientras a otros nos dejó tan dependientes de las convenciones comunicativas tradicionales? No lo sé, pero es injusto.

Ambos emojis tan orales me regresaron a la suite del Presidente en la que Mariana, ya con piernas trepidantes, caminaba en dirección a Alberto. “Hola”, dijo Mariana. “hola”, respondió él mientras le entregaba en la mano un vaso de un Caol Ila de una malta añejado entre las rodillas de la mismísima reina de Inglaterra. 

Alberto se quitó sombrero y gabardina, y acompañó su andar hacia la cama con las notas de “As Time Goes By” que sonaban desde un piano distante.  Con la serenidad de quien es dueño de sus acciones y de las de los demás, declaró: “quiero coger”.

Me desarmó.

Tomé a Mariana por la cintura y la empujé al lecho para que se bañara en el deleite carnal de este enigmático ejemplar masculino. 

DiegoconMariana: Claro, como jugar al Melate, ¿no?

Ni por un instante, hubiera imaginado a Alberto como un burdo jugador de la lotería. Pero como nunca he estado en Mónaco apostando al bacará, tuve que hablar desde mis propios referentes. 

Alberto220553: Andale. (carita feliz con ojos de corazón).

Reconocí el emoji, pero en este contexto, no lograba comprender su significado. Me resultaba también inescrutable el uso arbitrario de una mayúscula. ¿Habría sido simplemente un guiño, la condescendencia con que un ortográfico inmutable sonríe cuando está frente a alguien tan pequeño y dependiente, como yo, del diccionario? ¿Sería que, paulatinamente, Alberto se estaba adaptando a mi forma de escribir para activar con alevosía mis neuronas espejo y terminar de envolverme? No es que hiciera falta estrategia mayor para engancharme. En mi fantasía era él quien estaba ya prisionero entre las piernas, brazos, y apetitos de Mariana; y yo extasiado, contemplaba el espectáculo.

La curiosidad obtuvo lo peor de mí. Sin miedo a morir como gato, hice click en el avatar gris y genérico para obtener más información del apolineo garañón que, entre mis sueños, conducía a mi mujer del suspiro al grito en menos de un minuto. 

Nada había en su perfil que me devolviera la calma. 1 seguidor, 3 retuits pornográficos y abordaje en X hace apenas un par de días. Su mansión virtual era simplemente páramo desierto, y mi investigación padecía la misma desesperanza  que sufre el ángel de la guarda de los Kennedy. 

Frente a mi incredulidad, Clark Gable se transformaba en Keyser Söze, y eso sólo lo hacía cada vez más atractivo y misterioso. 

Decidí doblar la apuesta y, jugando con mi (escaso) pelo, pregunté sin atreverme a mirar a la pantalla a los ojos.

DiegoconMariana: ¿Tú juegas al Melate?

Alberto dejó de hablar. Esta vez, por más de dos eternos días en los que la ansiedad no me dejó dormir. Moría de ganas por contarle a Mariana sobre el hallazgo, pero temía carecer de las palabras adecuadas para contagiarla con mi entusiasmo. Algunas veces, ella puede ser escéptica en extremos. Necesitaba que Alberto volviera a hacer contacto, que me brindara más información, que de su impenetrable coraza, manara el sortilegio que prendara a mi esposa tanto como a mí. Pero la red social solo escupía su silencio en mi cara.

En mi desesperación por aprender más sobre este tótem de impávida seducción, se me ocurrió tratar de interpretar los números de su handle. @Alberto220553. 

Mi primera hipótesis fue que, antes de él, 220552 Albertos se habían registrado en Twitter, por lo que tendría sentido pensar que el Alberto número 220552 fuera su padre o algún otro antepasado cercano. De ser así, tal vez, el perfil del Alberto previo revelaría algún detalle de importancia. 

La hipótesis fue refutada de inmediato. No existía Alberto22055, ni Alberto220551. Ni siquiera un Alberto220550. Pensar en un progenitor 220549, se me figuró, ya, una probabilidad ya demasiado remota.

Investigué los números de cajas de seguridad en Bancos Suizos, e incluso manejé la teoría de un acrónimo formado por dígitos convertidos en siglas: 1 es A, 2 es B, 3 es C… Pero no. Quedé atascado cuando no logré descubrir el equivalente a 0. ¿Sería un punto o una coma, tal vez? Poco probable. Ya hemos establecido que nuestro interlocutor misterioso no es afecto al empleo de puntuaciones.

Deseché rápidamente la teoría de que el número fuera una fecha de nacimiento. Alberto, no podía ser de 1953 porque se veía mucho más joven. Yo no le hubiera calculado más de 45, pero no lo sé. Algunas personas son engañosas con la edad que aparentan. Pero 71 años, seguro no los tenía.

Las coordenadas 220553 tampoco arrojaron resultados en Maps. Me hacían falta más datos. De pronto, un milagro se manifestó cuando, la misma cadena de dígitos mostró imágenes en Google de una especie de tuerca de pvc, una pieza de plomería que, claramente, servía para unir entre sí otras dos piezas. Decidí interpretarlo como un gesto más de la fortuna, una metáfora hidráulica en tiempos de sequía, un signo inequívoco de que Alberto22053 era el cople destinado a unir con fuerza los dos tubos vacíos que somos Mariana y yo.

La mañana de un miércoles me saludó con un mensaje nuevo.

Alberto220553: si pero ya no

No supe qué decir. Verdad que era muy temprano para formular elocuencias. Pero más allá de eso, me paralizaba la posibilidad de escribir algo que arruinara la promesa de ese encuentro tan jugoso. Qué doloroso sería haber tenido una oportunidad de oro líquido en las manos y estropearla con alguna banalidad. Me quedé pasmado.

Alberto, desde su convertible rojo en los Apeninos, debió haber sentido una breve de confusión. A un hombre como él se le contesta de inmediato. Sin embargo, su autoestima blindada contra desaires de plebeyos lo hizo recuperarse en un segundo. Aparcó su auto en la primera estación de servicio. Se metió a una cafetería de carretera. Saludó con una nalgada a la mesera de veintidós años y cabello negro como la pez, y pidió un espresso doble cortado con leche de búfala de los cárpatos. “Shaken, not stirred”, ordenó con amable firmeza. Los comensales lo voltearon a ver con una mezcla de admiración y envidia.

Dejó pasar tiempo suficiente en lo que acababa su café, y una vez que lo consideró apropiado, volvió al chat.

Alberto220553: hola

Entendí todas las capas contenidas en su breve texto, esta vez, no sin nervios, contesté en seguida.

DiegoconMariana: Hola

Alberto220553: como estan amigos

¡Maldición! Había regresado al principio. Los minutos, horas, tal vez, que lo dejé esperando, seguramente me hicieron perder el lugar en la fila de conquistas que este hombre coleccionaba por toda la internet. Todo lo que habíamos avanzado lo perdí por culpa de mis estúpidas dudas. Como dudo, no pienso y, cuando no pienso, existo a medias. Me derrumbé un poco y caminé agobiado por la casa, tratando en vano de hacer que la frase de Descartes cuadrara en mi situación.

Un rayo de esperanza, en ese momento, se apiadó de mí y me hizo reflexionar. No todo era igual que antes. No. Después de su minimalista “están”, Alberto utilizó la palabra “amigos”. Amigos. Inequívocamente, algo estaba ya construido entre nosotros. Alberto nos consideraba amigos.

Tímido. Tartamudo, incluso, contesté.

DiegoconMariana: Bien.

Y mordiéndome los labios, me aventuré un poco más lejos.

DiegoconMariana: ¿Tú, qué tal?

Alberto220553: bien

Excelente. Todo estaba bien, entonces. De vuelta al ruedo. Era posible que Alberto hubiera ya aterrizado en la Ciudad de México y tuviera ganas de pasar la noche con nosotros. O la tarde, o no sé. La imagen de un pasillo del Hotel Presidente volvió a formarse en mi cabeza con la velocidad de la inteligencia artificial.

Mariana, divina, en un vestido breve, brillante y vaporoso que más que cubrirla la decoraba con la elegancia de una cajita de Tiffany, se preparaba para extraer hasta el último jugo de una noche que no dejaría nada a la imaginación. 

Alberto no me dio tiempo de sumergirme en ensoñaciones vacuas. Su espíritu aterrizado y eficiente no me dejaría seguir posponiendo lo inevitable.  Mandó un mensaje más, tan franco y decidido como él mismo.

Alberto220553: los invito a un hotel quieren

No quedaba más espacio para especulación. En ese “quieren” no cabía una pregunta. Ni siquiera, un imperativo. Simplemente, era una declaración de hechos. Nos invita a un hotel. Nosotros queremos.

Y era la verdad. Queremos. O yo quería. 

Aún faltaba, ahora, la parte más sencilla de la misión, y en poco tiempo, la orgía con una celebridad anónima se tacharía de nuestra lista de deseos. Debía comunicar a Mariana cuáles eran nuestros próximos pasos.

Con el corazón en el precipicio la busqué por todos los rincones de nuestro departamento. La encontré sacando ropa de la lavadora. Su imagen, en ese instante, no era la más compatible con lo que nos esperaba, pero aun así, se veía hermosa. El vapor del cuarto de lavado le daba volumen al cabello que, por comodidad, ella llevaba recogido en  messy bun, y sus mejillas estaban sonrojadas, los blancos senos se asomaban descarados a través del leve tejido de una playera. Calculé que le tomaría poco tiempo subir un nivel el juego de su aliño y abandonarse, como Ifigenia moderna, a los brazos de la lujuria. Si supiera dónde guarda las medias de red, se las habría llevado de una vez.

A prisa, se lo conté todo. Ella seguía con atención mi relato mientras sacaba del bolsillo de uno de mis jeans, los restos de una servilleta que, al morir, esparció su blanco cadáver por encima de las otras prendas de vestir. No me interrumpió ni por un momento. Al finalizar sólo acerté a preguntar:

 “¿En cuánto tiempo crees estar lista?” “Tengo que avisarle a Alberto y, a esta hora, yo creo que a Polanco hacemos unos cuarenta minutos”.

Mariana dejó caer dos toallas más en la secadora y me arropó con una de sus miradas irrefutables y arrojadizas.

No dijo nada. No tuvo que hacerlo. Sus ojos me lo informaron todo.

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About the Author: Diego el de Mariana

Diego y Mariana son una pareja swinger mexicana aficionada a contar sus historias y a compartir sus aventuras en el estilo de vida sw. Los autores detrás de "Jardín de Adultos", "¡Mariana no da consejos!", "Breve Manual para Swingers" y otros muchos proyectos dirigidos a dar información sobre el ambiente liberal y a fomentar una cultura de diversidad, sexo positivo, y educación responsable.

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